jueves, 9 de junio de 2011

LOS OJOS DE MINERVA. Racional / irracional: una frontera en constante movimiento

                                                                   LA PUERTA

  Los objetos con diversas caras tienen un notable potencial simbólico: cada cara es susceptible de ser
portadora de uno de los matices de sentido de una totalidad, de una unidad que -en principio- quedaría definida por ser el objetivo común de todas y cada una de esas caras. Lo llamativo es que, según disminuye el número de caras, el proceso sintético que se refleja en los objetos de este tipo debe aumentar en fuerza, su precisión, para lograr lo que pretende. De este modo, los objetos de dos caras están obligados a mostrar esa fuerza, esa precisión, en grado máximo. De uno de esos objetos, la puerta, vamos a hablar aquí.
    ¿Tiene la puerta algúna característica peculiar entre esos objetos bifaces? Sí. Lo que suele ser habitual entre ellos es el recurso a la polaridad, al blanco/negro que tan familiar resulta a los jugadores de "Otelo". En el caso de la puerta, por contra, no se trata tanto de eso como de matizar la desigualdad existente entre la puerta desde dentro, que se suele supeditar al sentido de la "salida", su significado, a la puerta desde fuera: quien transita por un espacio determinado y se encuentra con una puerta, con varias puertas, se siente invitado de inmediato a hacerse una serie de preguntas:

- ¿Qué hay tras esa puerta? ¿Y tras aquélla? - ¿Hay motivo para dirigirse hacia alguna de ellas? ¿Qué los diferencia?
- ¿Lo vamos, en efecto, a hacer? ¿Estamos en condiciones de hacerlo?
- ¿Y si tenemos tenemos dificultades en franquearla?
    Son preguntas que obligan a pararse y reflexionar; por tanto, inciden con energía en el natural dinamismo de la vida ... la puerta no es cualquier cosa.     Precisamente, los diccionarios de símbolos destacan en primer lugar el peso de la puerta en el amojonamiento, en la cualificación del espacio en el que el ser humano se mueve, o podría moverse o, incluso, en el que, inalcanzable, aparece ante él: el Chevalier-Gheerbrandt, por ejemplo, habla de que el paso de la tierra al cielo se efectúa por la puerta del sol, que simboliza la salida del cosmos, más allá de la condición individual. Pero bajemos al suelo, que es donde más cómodos estamos los seres humanos: Cirlot cuenta una expresiva anécdota histórica: En la antigua Escandinavia, los exilados llevaban las puertas de su casa; en algún caso las lanzaban al mar y abordaban en el lugar en que la puertas encallaban; así se fundó Reykjavik en el 874.
    Las puertas, tan estáticas siempre, no dejan de hablarnos de un ir y venir, porque siempre hacen referencia a lo peculiar, a lo distinto del espacio al que dan acceso ... aquí hay también un curioso e interesante matiz: puerta y umbral van unidos, pero no son lo mismo; en ninguna cultura se mezclan una y otro: la puerta apunta, en efecto, al dinamismo del transeúnte, mientras que el umbral es el que tanto le informa de las cualidades de ese espacio como pone los cimientos -¡porque es diferencia del exterior!- de esos rasgos que hacen único el lugar (ése es el motivo por el que Jano, dios de los umbrales en la mitología latina, tuviese el alto rango que tenía).
    Es uno de los rasgos que más abiertamente nos habla de lo "insignificante" que se está haciendo el mundo en que vivimos: en las grandes ciudades cada vez abundan más comercios en los que el umbral es inexistente y las puertas están reducidas a la mínima expresión; o bien son inexistentes, o bien un sensor las abre automáticamente invitándonos a entrar. En un mundo así, no tienen cabida los ritos de paso, o resultan dificilmente comprensibles las abundantes referencias a la puerta del "Tao-te-ching". Por cierto que, entre los trigramas del I Ching "k'ouen", la tierra, tiene entre sus significados el de puerta cerrada y "k'ien", el cielo, el de puerta que se abre. En definitiva, de una manera u otra, la puerta es símbolo de habitación (¿de qué?, ¿de quién?; la morada sin puertas -¿por eso nos impone, porque carece de indicativos?- es la gruta).
En el mundo árabe hay multitud de deliciosas historias ejemplarizantes que tienen lugar "a las puertas". Por ejemplo:

Ibrahim, hijo de Adham, estaba un día sentado junto a la puerta de su palacio, y sus pajes se hallaban en fila detrás de él. Presentóse un derviche con su sayal, su alforja y su báculo, en ademán de querer entrar en el palacio de Ibrahim.
- Anciano -prorrumpieron los pajes- ¿a dónde vas?
- Voy -contestó el derviche- a esa posada en busca de alojamiento.
- Esto no es una posada -repusieron los pajes, sino el palacio de Ibrahim, rey de Balkh.
Ibrahim hizo conducir a su presencia al anciano, y le dijo:
- Derviche, esta morada es mi palacio real.
- ¿A quién perteneció originariamente? -preguntó el anciano.
- A mi abuelo.
- ¿Y después?
- A mi padre.
- ¿Y a quien pasó una vez muerto vuestro padre?
- A mí.
- Y cuando muráis, ¿de quien será?
- De mi hijo.
- Ibrahim, oye bien -dijo entonces el derviche- un lugar donde unos entran y otros salen, no es un palacio, sino una hostería.
    Llegando ya a las raíces de nuestra cultura, nos encontramos con la visión del trono en Apocalipsis 4, 1-8 (que se da a través de la puerta), o con la imagen de la puerta estrecha del Evangelio de Lucas (13, 22-30). Desde ahí es inevitable evocar las ilustraciones de todo tipo en las puertas de los templos.     La alquimia enfatiza el cambio cualitativo que atravesar el umbral conlleva; entiende que tanto puerta como llave significan lo mismo.
    La puerta, por tanto, define un espacio y cumple una función. En ese cumplimiento de función la significación de la puerta empieza en su disposición a facilitar o dificultar el paso por ella: en sentido esotérico la puerta debe ser muy baja para que de este modo, el profano, al entrar al templo, se incline no sólo en signo de humildad, sino como muestra de la dificultad de paso del plano profano al iniciático. Todos estos son hechos que revelan su sentido cuando reparamos en cosas -a primera vista tan anecdóticas- como la representación de autos sacramentales en las puertas de los templos, que sólo desaparecen completamente con la industrialización de la sociedad. Una nueva idea -también aprovechando la ocasión- que acude a la mente contraponiendo mundo actual y pretéritos: frente a los lemas ideológicos que aparecian sobre las puertas de universidades o iglesias de antaño, hoy el uso de texto es poco más que indicativo de propiedad "Prohibido el Paso", o de la definición social o mercantil del ámbito que se trate: "Ministerio de Industria", "Safari Park", etc.
    Una carga tan significativa y rica, muestra entre su abanico de matices una de esas metáforas irreductibles que Blumenberg llamaba metáforas absolutas: nadie pone la menor pega a la referencia a la mujer como puerta de la vida. ¿Por qué nos deja ese sentimiento de exactitud, de armonía, de belleza?




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