miércoles, 26 de noviembre de 2014

(Stephen A. Mitchell y Margaret J. Black, Más allá de Freud)

“Ciertamente, un análisis lacaniano no se propondría eliminar síntomas, mejorar relaciones o consolidar un sentido más coherente y resistente de sí mismo (…)
El lugar de Jacques Lacan (1901-1981) en el pensamiento psicoanalítico contemporáneo no se asemeja al de ningún otro autor (…)
A pesar de que su influencia ha sido mínima en el psicoanálisis angloparlante, su impacto en el ámbito académico, en particular en la crítica literaria, ha sido considerable (…)
No obstante, hay una total falta de consenso acerca del real significado de sus densas y difíciles aportaciones. Sus seguidores más entusiastas lo consideran el pensador francés más importante desde René Descartes (…)
Sus críticos lo consideran deliberadamente oscurantista, un showman extravagante y estilista con poca sustancia (…)
El propósito de las presentaciones de Lacan no es la comunicación lúcida de ideas, sino un sabotaje socrático destinado a empujar al lector hacia un tipo de experiencia nueva y desconcertante (…)
Lacan fue menos una criatura del psicoanálisis como disciplina clínica y movimiento internacional que de la vida intelectual francesa (…)
Lacan ancló sus contribuciones en una lectura de Freud (proclamada con la pancarta de una `vuelta a Freud’) (…) Para Lacan, el Freud esencial fue el anterior a 1905 (…)
Para Lacan (…) la dimensión determinante de lo humano no es ni el self (o sea, el yo) ni las relaciones con otros, sino el lenguaje (…)
El estadio del espejo. En la visión de Lacan, el niño de entre seis y dieciocho meses sufre una experiencia profunda y transformadora cuando se da cuenta y queda cautivado por su propia imagen en un espejo (…)
La imagen especular pasa a ser el nodo central de un nexo cada vez más complejo de pensamientos y sentimientos acerca de su propio aspecto, el núcleo, el Urbild, la imagen prototípica del yo (…)
Representa la manera en que el yo se construye en torno a ilusiones, imágenes, que se convierten en la base de lo imaginario (…)
La vida en el dominio de lo imaginario (que es el dominio, en la visión de Lacan, en el que tiene lugar la vida más ordinaria y convencional) se experimenta en una sala de espejos, organizada en torno a espejos.
El self que cada uno de nosotros toma generalmente por sí mismo es en gran medida una creación social (…)
Desde el punto de vista de Lacan el gran error (y es realmente un gran error) de todas las otras escuelas de pensamiento psicoanalítico contemporáneo es que toman lo imaginario como real (…)
Lacan consideró que la experiencia estaba inserta en modas culturales (lo `imaginario’) y leyes sociales (lo `simbólico’)
Con la asociación libre `son las amarras de la conversación con el otro las que intentamos cortar’. Esta disgregación del sujeto convencional es la que permite al sujeto convencional, al Otro, hablar a través del paciente (…). De esta manera, haya una voz característica algo más profunda que la consciencia ordinaria del sujeto (…)
Así el psicoanálisis no es para Lacan ni el desvelamiento de un conflicto instintivo (como para los freudianos) ni tampoco la transformación de una relación (como, por ejemplo, para los teóricos de las relaciones objetales) sino una exégesis de los significados no intencionales (los significantes dominantes) en el discurso del paciente (…)
Para Lacan, el símbolo o el significante (la serpiente) se desgozna de lo simbolizado (el pene), y grupos de significantes (por ejemplo, los símbolos fálicos) asumen su propia vida (…)
El complejo de Edipo. Lacan describe el estado original del infante de estar con la madre en términos paradisiacos, mediados a través de las necesidades que la madre es capaz de gratificar.
Pero esta perfecta unión se rompe con el comienzo de la consciencia de separación entre el self y la madre. Esta desconexión de la madre y la disyunción de la experiencia del infante respecto de su cuerpo y sus estados mentales reflejan lo que Lacan considera como una disyunción básica fundamental a la experiencia humana, un vacio congénito (…)
Este vacío da origen al deseo, al que Lacan considera mucho más que impulso sexual o requerimiento de satisfacción de necesidades. El deseo es en última instancia, insaciable, porque ha nacido del anhelo de llenar el vacío, de reparar la disyunción, de alcanzar una imposible (imaginaria) re-unificación, de ser nuevamente uno con la madre y la naturaleza (…)
El padre establece la ley que rompe la unión del niño con la madre y regula su intercambio (…)
Lacan no se refiere solamente a la persona real del padre sino al `nombre del padre’. Al nombrar al padre, la madre rompe la unión imaginaria entre el niño y ella y establece el orden `simbólico’ (…) de ese modo el niño es iniciado por la madre en el legislado orden social de regulaciones y relaciones simbólicas.”
(Stephen A. Mitchell y Margaret J. Black, Más allá de Freud)

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