domingo, 7 de julio de 2013

Sorprendentes (e inquietantes) resultados de los efectos del amor en el cerebro humano


La parte más primitiva de nuestro cerebro, el núcleo caudado o “cerebro reptiliano”, se enciende cuando estamos enamorados.
der-kuss-or-the-kiss-by-gustav-klimt-pg-reproductionsEnamorarse es tremendamente adictivo. Las respuestas neurológicas en el cerebro son las mismas que se encienden cuando alguien está bajo la influencia de narcóticos duros. Es por eso que desenamorarse duele tanto, y toma tanto tiempo. Y aunque el amor en su forma más pura sea mucho más que un coctel químico, los estudios que revelan resultados cerebrales son interesantes, y quizá hasta nos ayuden a entender ciertos comportamientos que “se apoderan” de nosotros cuando estamos en ese estado.
De acuerdo con Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers, quien ha pasado su vida investigando los efectos del amor en el cerebro, dos sorprendentes áreas del cerebro se iluminan cuando este está concentrado en su objeto de su afecto. La primera es parte de nuestro cerebro primitivo, reptiliano, que es el núcleo caudado. También notó que áreas del cerebro asociadas con la creación de dopamina y norepinefrina están muy activas cuando amamos a alguien. Químicos que se asocian con el placer y la emoción.
Al respecto, Fisher ha comentado: “Con razón los amantes pueden platicar toda la noche o caminar hasta el amanecer, escribir poesía extravagante y correos electrónicos tan reveladores, cruzar continentes u océanos solo para abrazarse un fin de semana, cambiar de trabajo o de estilo de vida, o incluso morir por el otro. Inundados en químicos que confieren concentración, estámina y vigor, y guiados por el motivador motor de la mente, los amantes sucumben a la urgencia del cortejo herculeano”.
El núcleo caudado, o cerebro reptiliano, que podría ser donde la primera flama del amor se enciende, es considerado por muchos como el lugar que alberga al ego. Don Juan Matus habló alguna vez sobre esta región del cerebro:
“Tenemos un predador que vino de las profundidades del cosmos y tomo las riendas de nuestras vidas. Los seres humanos son sus prisioneros. El Predador es nuestro señor y nuestro dueño. Nos ha vuelto dóciles, indefensos. Si queremos protestar, suprime nuestra protesta. Si queremos actuar independientemente, nos demanda que no lo hagamos… Todo este tiempo he estado evitando ir al grano, insinuando que algo nos tiene prisioneros. ¡Sí estamos prisioneros!”
Esto podría ser análogo a, o hasta la causa de que cuando nos enamoramos sentimos que le “pertenecemos” al otro.

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