martes, 18 de junio de 2013

Cerebro versus Mente

Cerebro versus Mente


La neurociencia fomenta conclusiones peligrosas cuando deja de lado los factores psicológicos
Hace algunas décadas que las ciencias duras están avanzando sobre el terreno de las llamadas ciencias “blandas”. Cuestiones relacionadas a la dualidad entre el bien y el mal o el libre albedrío que tradicionalmente habían sido dominio de la filosofía en cuanto a la reflexión abstracta o de la psicología en lo tocante al comportamiento humano, y que están siendo explicadas ahora por disciplinas que tratan de comprender el funcionamiento del cerebro desde la física o la biología.
Todas las épocas tienen un conjunto de discursos que se consideran más válidos que otros para explicar la realidad. Y en parte, el hecho de que la neurociencia esté de moda últimamente se debe a eso.
Sally Satel, psiquiatra y co-autora de Brainwashed: The Seductive Appeal of Mindless Neuroscience (Lavado de cerebro: el seductor atractivo de la neurociencia sin mente), confrontaba recientemente en un artículo en The Atlantic dos perspectivas sobre nuestro cerebro: el de la neurociencia, y el de la psicología, y ponía de manifiesto cómo la primera se sobreestima, dejando de lado todo lo que puede aportar el estudio de la mente. 
El imperio de la estructura
No hay duda de que los hallazgos que está haciendo la neurociencia llaman poderosamente la atención de la opinión pública. Sus aplicaciones pueden ir desde crear un dispositivo que leyendo los impulsos eléctricos del cerebro permite al usuario mover objetos con la mente, hasta plantear tratamientos innovadores en enfermedades como la esquizofrenia o el Parkinson.
Pero el funcionamiento del cerebro también está relacionado con la visión que  las personas tienen de sí mismas, de su identidad, memoria y aspiraciones, algo que parece estar olvidándose en una tendencia que la autora ha llamado “neurocéntrica”, y que alimenta y extiende la creencia de que  el comportamiento humano puede explicarse solo, o principalmente atendiendo al cerebro.
Un ejemplo del peligro que ello entraña está en el hecho de que actualmente, en el Instituto Nacional de Salud de los EEUU, determinados tipos de  adicciones sean clasificadas como “enfermedades cerebrales”. Como recuerda Satel, es cierto que las adicciones modifican algunas partes de la estructura y las funciones del cerebro ligadas a la motivación, la memoria, la inhibición o la planificación, pero ello no prueba que el comportamiento del adicto sea totalmente involuntario y que por lo tanto sea incapaz de tener control sobre sí mismo. 
Es necesario entender cómo piensa el adicto: su mente contiene historias sobre cómo sucede su adicción, por qué continúa usando determinadas sustancias y, si decide dejarlo, cómo lo va a hacer. Por lo tanto, la respuesta a estas preguntas es imposible que salga de un análisis neurocientífico, y pensar que un adicto es “víctima” de su mecánica cerebral sería negar totalmente responsabilidad sobre su propio destino.
Planteamientos de este tipo, destaca la autora, puede llevar a formular teorías del tipo “no me culpes a mi, culpa a mi cerebro”. En este sentido, no debe confundirse la causa –en parte explicada por lo neuronal, y en parte por lo psicológico- con la excusa. 
Ciencia del cerebro y moralidad
Desde que pensamiento y religión se separaron, se ha tendido a pensar –a pesar de que siempre ha sido una de las “grandes preguntas” de la humanidad– que las personas pueden comportarse libremente.
Sin embargo, este presupuesto ha sido puesto en tela de juicio por biólogos como Robert Sapolsky, quien afirma que “nuestro creciente conocimiento sobre el cerebro pone en seria cuestión nociones como voluntad, la culpabilidad o el libre albedrío”. 
No hay duda de que las personas pueden ser responsables sólo si tienen libertad de elección, pero, ¿qué tipo de libertad es necesaria? El sentido común y la tradición afirman que la responsabilidad será posible en la medida que una persona sea capaz de deliberar constantemente sobre sus comportamientos, seguir determinadas normas básicas, y en general tener control sobre si mismo.
Pero no todos le tienen tanta fe al ser humano. Sapolsky insiste en que las decisiones personales no se toman libremente, sino que están dictadas por la configuración neuronal. 
Las neurociencias tienen el ímpetu y la capacidad de seducción que tienen otras disciplinas que por varias razones están pudiendo desarrollarse con fuerza precisamente ahora.
Sin embargo, no debe perderse de vista que esta área solamente ayuda a comprender las causas físicas –los mecanismos– que están detrás de nuestros pensamientos y emociones; y que para entender por qué actuamos como lo hacemos, también se debe tener en cuenta la psicología, encargada de explorar  la mente, ese lugar donde residen los deseos, las intenciones, los ideales y las ansiedades, factores extremadamente determinantes en nuestro hacer cotidiano.”
Fuente: http://www.elobservador.com.uy/noticia/253133/cerebro-versus-mente/

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