El 1945 el productor cinematográfico David O. Selznick (que había producido obras tan memorables como Lo que el viento se llevó, 1939)
advirtió que ya no amaba a Irene Meyer, su esposa. Enloqueció de
repente, se deprimió profundamente y le recomendaron que viera a uno de
los psicoanalistas que habían huido de Europa, ante el avance mortal de
las tropas nazis.
Sandor Rado, iniciador del
movimiento psicoanalítico berlinés, recomendó el nombre de May Romm,
quien vivía en Los Angeles. La relación entre terapeuta y paciente duró
poco, sufrió desplantes por parte del productor (o bien no asistía a las
citas o se presentaba a la medianoche, sin avisar), que llegó a pensar
en el colmo de su megalomanía que él podía ayudar a la doctora.
La
experiencia fue traumática, no logró salvar a David O. Selznick de las
consecuencias de la depresión nerviosa, pero tuvo un efecto para la
historia del cine que merece ser anotada. El productor abandonó el
consultorio de la doctora Romm con la idea de hacer una película que
escenificase, explicase y divulgase el psicoanálisis. No había en
Hollywood mejor director para alcanzar ese objetivo que Alfred
Hitchcock.
Así nació Recuerda (Spellbound, 1945).
Su historia relata los avatares de un psicoanalista, John Ballantyne
(Gregory Peck), que llega a dirigir una clínica psiquiátrica. Sus
colegas advierten rápidamente que algo no anda bien: el nuevo director
asoma en su conducta una crisis nerviosa. No soporta las líneas
paralelas, ni el color blanco. Y las marcas de un tenedor sobre un
mantel blanco lo descompensan hasta desmayarlo.
A
continuación, se descubren tres verdades preocupantes: que el nuevo
médico es un impostor que ha tomado el lugar del auténtico director; que
éste último podría haber sido asesinado; y que el suplantador podría
ser el asesino. Entonces aparece una mujer, la doctora Constance
Petersen (Ingrid Bergman), psiquiatra, bella e inteligente, que se
enamora de este misterioso hombre y resuelve todos los enigmas.
En
cierto momento de la película, la doctora Constance Petersen acude a la
casa de su profesor y mentor, el doctor Alex Brulov (Michael Chekhov).
Con él intenta resolver un sueño de John Ballantyne, que podría ayudar a
resolver la intrincada trama. En la discusión se revela la incredulidad
sobre las teorías de Freud por parte de Constance Petersen. Y Brulov
reacciona, planteando que cuando no se entiende algo rápidamente se
desconfía de Freud.
Esto ocurrió en el año 1945, cuando Estados Unidos buscaba salir de la pesadilla de haber lanzado dos bombas atómicas sobre víctimas inocentes japonesas. Querían que todo fuera un mal sueño y que alguien los convenciera de que no habían sido culpables de una acción tan atroz.
Esto ocurrió en el año 1945, cuando Estados Unidos buscaba salir de la pesadilla de haber lanzado dos bombas atómicas sobre víctimas inocentes japonesas. Querían que todo fuera un mal sueño y que alguien los convenciera de que no habían sido culpables de una acción tan atroz.
Película completa para ver on-line
Han
pasado los años y Sigmund Freud aún despierta el recelo y la
desconfianza que sintió Constance Petersen la noche en que acudió a su
mentor para ayudar al hombre que amaba desconsoladamente. Ese recelo
aparece en esta entrevista poco conocida al psicoanalista francés
Jacques Lacan (1901/1981), realizada en 1974 por Emilio Granzotto.
Inédita hasta 2004, la publicación literaria Magazine Litteraire la publicó para felicidad de muchos lectores.
Merece
ser leída aún por aquellos que piensan que el psicoanálisis es una
pérdida de tiempo muy costosa, una suerte de relación imposible que se
empeña en sobrevivir en tiempos modernos. Se descubre en estas líneas a
una inteligencia que desbarata argumentos en contra del autor de La interpretación de los sueños.
Granzotto atraviesa temas disímiles y complejos, y siempre prevalece la
agudeza del entrevistado, que no se cansa de repetir que “el
psicoanálisis es el reino de la palabra: no hay otro remedio”.
Emilio Granzotto Magazine Litteraire
- Cada vez se habla con más frecuencia de la crisis del psicoanálisis. Se dice que Sigmund Freud está obsoleto, la sociedad moderna ha descubierto que su obra no basta para entender al hombre, ni para interpretar a fondo su relación con el mundo.
- Cada vez se habla con más frecuencia de la crisis del psicoanálisis. Se dice que Sigmund Freud está obsoleto, la sociedad moderna ha descubierto que su obra no basta para entender al hombre, ni para interpretar a fondo su relación con el mundo.
- Esos son cuentos. En
primer lugar, la crisis. No existe tal crisis, no puede haberla. El
psicoanálisis aún no ha encontrado sus propios límites. Todavía hay
tanto por descubrir en la práctica y en el conocimiento. En el
psicoanálisis no hay solución inmediata, sólo la larga y paciente
investigación de las razones. En segundo lugar, Freud.
¿Cómo puede decirse que está obsoleto si aún no lo hemos entendido a cabalidad? Lo que sí es cierto es que nos ha dado a conocer cosas completamente nuevas que ni siquiera habríamos imaginado antes de él. Desde
los problemas del inconsciente hasta la importancia de la sexualidad,
desde el acceso a lo simbólico hasta la sujeción a las leyes del
lenguaje.
Su doctrina pone en tela de juicio la verdad, es una cuestión que nos concierne a todos y cada uno personalmente.
Es algo muy distinto a una crisis. Lo repito: estamos lejos de Freud.
Su nombre también ha servido para cubrir muchas cosas, ha habido
desviaciones, los epígonos no siempre han seguido fielmente el modelo,
se han creado confusiones. Tras su muerte en
1939, algunos de sus alumnos también pretendieron ejercer el
psicoanálisis de otro modo, reduciendo su enseñanza a una fórmula banal:
la técnica como ritual, la práctica restringida al tratamiento de la
conducta, y como medio de readaptación del individuo a su entorno
social. Es la negación de Freud, un psicoanálisis de comodidad, de
salón.
El
propio Freud lo previó. Solía decir que hay tres posiciones
insostenibles, tres tareas imposibles: gobernar, educar y ejercer el
psicoanálisis. En nuestros días, poco importa quién asume la
responsabilidad de gobernar y todo el mundo se cree educador. En cuanto
a los psicoanalistas, gracias a Dios, prosperan, como los magos y los
curanderos. Proponer a la gente ayudarla significa un éxito asegurado, y
la clientela se atropella a sus puertas. El psicoanálisis es otra cosa.
- ¿Exactamente qué?
– Lo defino como un síntoma, revelador de la enfermedad de la civilización en la que vivimos. Ciertamente, no es una filosofía. Aborrezco la filosofía, hace ya mucho tiempo que no dice nada interesante. El psicoanálisis tampoco es una fe y no me gusta llamarlo ciencia. Digamos que es una práctica y que se ocupa de lo que no anda bien. Terriblemente difícil porque pretende introducir en la vida cotidiana lo imposible, lo imaginario. Ha obtenido algunos resultados hasta el presente pero aún no tiene reglas y se presta a todo tipo de equívocos.
– Lo defino como un síntoma, revelador de la enfermedad de la civilización en la que vivimos. Ciertamente, no es una filosofía. Aborrezco la filosofía, hace ya mucho tiempo que no dice nada interesante. El psicoanálisis tampoco es una fe y no me gusta llamarlo ciencia. Digamos que es una práctica y que se ocupa de lo que no anda bien. Terriblemente difícil porque pretende introducir en la vida cotidiana lo imposible, lo imaginario. Ha obtenido algunos resultados hasta el presente pero aún no tiene reglas y se presta a todo tipo de equívocos.
No
hay que olvidar que se trata de algo totalmente nuevo, bien sea con
respecto a la medicina, o la sicología y a sus anexos. Además es muy
joven. Freud murió hace apenas 35 años. Su primer libro, La
Interpretación de los Sueños, fue publicado en 1900, con muy poco éxito.
Se vendieron, eso creo, 300 ejemplares en varios años. Tuvo pocos
pupilos, a quienes se les tomaba por locos, y que ni siquiera estaban de
acuerdo en la manera de poner en práctica y de interpretar lo que
habían aprendido.
- ¿Qué es lo que no anda bien en el hombre de hoy?
– Es ese gran hastío, la vida como consecuencia del curso del progreso. A través del psicoanálisis, las personas esperan aventurarse hasta donde puedan ir arrastrando ese hastío.
– Es ese gran hastío, la vida como consecuencia del curso del progreso. A través del psicoanálisis, las personas esperan aventurarse hasta donde puedan ir arrastrando ese hastío.
- ¿Qué impulsa a la gente a hacerse psicoanalizar?
– El miedo. Cuando le ocurren cosas, incluso cosas que desea, cosas que no comprende, el hombre siente miedo. Sufre por no entender y poco a poco cae en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis histérica, el cuerpo enferma de miedo de estar enfermo, sin estarlo en realidad. En la neurosis obsesiva, el miedo mete cosas raras en la mente, pensamientos que no podemos controlar, fobias en las cuales las formas y objetos adquieren significaciones diversas que suscitan miedo.
– El miedo. Cuando le ocurren cosas, incluso cosas que desea, cosas que no comprende, el hombre siente miedo. Sufre por no entender y poco a poco cae en un estado de pánico. Es la neurosis. En la neurosis histérica, el cuerpo enferma de miedo de estar enfermo, sin estarlo en realidad. En la neurosis obsesiva, el miedo mete cosas raras en la mente, pensamientos que no podemos controlar, fobias en las cuales las formas y objetos adquieren significaciones diversas que suscitan miedo.
- ¿Por ejemplo?
– El neurótico se siente obligado por una necesidad tremenda de ir docenas de veces a verificar si un grifo está realmente cerrado. O si una cosa está en su lugar, sabiendo sin embargo con certeza que el grifo está como debe estar y que la cosa está en el lugar donde debe estar. No hay píldoras que curen esto. Hay que descubrir por qué esto nos pasa y saber qué significa.
– El neurótico se siente obligado por una necesidad tremenda de ir docenas de veces a verificar si un grifo está realmente cerrado. O si una cosa está en su lugar, sabiendo sin embargo con certeza que el grifo está como debe estar y que la cosa está en el lugar donde debe estar. No hay píldoras que curen esto. Hay que descubrir por qué esto nos pasa y saber qué significa.
- ¿Y la cura?
– El neurótico es un enfermo que se cura con la palabra, y sobre todo con su propia palabra.
Debe hablar, contar, explicarse a sí mismo. Freud definía el
psicoanálisis como la asunción por parte del sujeto de su propia
historia, en la medida en que ella está constituida por la palabra
dirigida a otro. El psicoanálisis es el reino de la palabra, no hay otro remedio. Freud explicaba que el inconsciente no es tan profundo como inaccesible a un examen profundo de lo consciente. Y
decía que en ese inconsciente, el que habla es un sujeto dentro del
sujeto, trascendiendo al sujeto. La palabra es la gran fuerza del
psicoanálisis.
- ¿La palabra de quién, del enfermo o del psicoanalista?
–
En el psicoanálisis los términos “enfermo”, “medicina”, “remedio” no
son más precisos que las fórmulas pasivas que adoptamos comúnmente. Cuando
hablamos de “hacerse psicoanalizar” cometemos un error. Quien hace el
verdadero trabajo en el análisis es quien habla, el sujeto analizado.
Aunque lo haga de la manera sugerida por el analista quien le indica
cómo proceder, y lo ayuda mediante sus intervenciones. Él también
proporciona una interpretación.
A simple vista,
ella parece dar un sentido a lo que dice el analizado. En realidad, la
interpretación es más sutil, tendiendo a borrar el sentido de las cosas
por las que sufre el individuo. El objetivo es
mostrarle a través de su propio relato que el síntoma, digamos la
enfermedad, no tiene relación alguna con nada, que está privada de
cualquier sentido posible. Aunque en apariencia es real, no existe.
Las
vías por las que procede este acto de la palabra exigen mucha práctica y
una paciencia infinita. La paciencia y la medición son los instrumentos
del psicoanálisis. La técnica consiste en saber medir la ayuda que se
le da al individuo analizado. En consecuencia, el psicoanálisis es
difícil.
– Cuando se habla de
Jacques Lacan se asocia inevitablemente este nombre con una fórmula, el
“regreso” a Freud ¿Qué significa esto?
– Exactamente lo que se dice. El psicoanálisis es Freud. Si se quiere hacer psicoanálisis, hay que regresar a Freud, a sus términos y definiciones, leídos e interpretados en sentido literal. Yo fundé en París una escuela freudiana precisamente con este objetivo. Hace más de 20 años que expongo mi punto de vista: regresar a Freud significa simplemente despejar el terreno de desviaciones y equívocos de la fenomenología existencial
por ejemplo, como del formalismo institucional de las sociedades
psicoanalíticas, retomando la lectura de la enseñanza de Freud según los
principios definidos y enumerados a partir de su trabajo. Releer a
Freud quiere decir sencillamente releer a Freud. Quien no lo hace en el
psicoanálisis, utiliza una fórmula abusiva.
– Pero
Freud es difícil. Y se dice que Lacan lo vuelve francamente
incomprensible. A Lacan se le reprocha hablar y sobre todo escribir de
una maneta tal que sólo unos pocos adeptos pueden esperar comprender.
– Lo sé, se me tiene por un oscuro que esconde su pensamiento tras una cortina de humo. Me pregunto por qué. A propósito del análisis, repito con Freud que es “el juego intersubjetivo a través del cual la verdad entra en lo real” ¿Acaso no está claro? Pero el psicoanálisis no es cosa de niños.
– Lo sé, se me tiene por un oscuro que esconde su pensamiento tras una cortina de humo. Me pregunto por qué. A propósito del análisis, repito con Freud que es “el juego intersubjetivo a través del cual la verdad entra en lo real” ¿Acaso no está claro? Pero el psicoanálisis no es cosa de niños.
Mis
libros son definidos como incomprensibles ¿Pero por qué? No los escribí
para todo el mundo, para que fueran comprendidos por todos. Al
contrario, nunca me ocupé en lo más mínimo de complacer a ningún tipo de
lector, quien quiera que sea. Tenía cosas que decir y las dije.
Me basta con tener un público que lee. Si no comprenden, paciencia. En
cuanto al número de lectores, he tenido más suerte que Freud. Mis libros
son incluso más leídos, eso me sorprende.
También estoy convencido de que en diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza. Quizá entonces dirán: ‘Este Lacan, que banalidad’”.
También estoy convencido de que en diez años máximo, el que me lea hallará todo transparente, como una buena jarra de cerveza. Quizá entonces dirán: ‘Este Lacan, que banalidad’”.
– ¿Cuáles son las características del lacanismo?
– Aún es muy pronto para decirlo, ya que el lacanismo todavía no existe. Apenas se siente su aroma, como un presentimiento.
En todo caso, Lacan
es un señor que práctica el psicoanálisis desde al menos 40 años y que
durante todos esos años lo ha estudiado. Creo en el estructuralismo y en
la ciencia del lenguaje. Escribí en mi libro que “a lo que nos lleva el
descubrimiento de Freud es a la enormidad del orden en el que hemos
entrado, en el que nacimos por segunda vez, si se quiere expresar así,
saliendo del estado llamado muy acertadamente infans, sin palabra”.
El
orden simbólico sobre el cual Freud basó su descubrimiento está
constituido por el lenguaje como momento del discurso universal
concreto. Es el mundo de la palabra el que crea el mundo de las cosas,
inicialmente confusas en todo lo que está por suceder. Sólo las palabras
pueden dar un sentido cabal a la esencia de las cosas. Sin las
palabras, nada existiría ¿Qué sería el placer sin el intermediario de la
palabra?
Mi idea es que Freud, enunciando en sus primeras obras – La interpretación de los sueños, Más allá del principio del placer, Tótem y tabú-
las leyes del inconsciente, fue el precursor de la postulación de las
teorías con las cuales unos años después Ferdinand de Saussure abriría
la vía a la lingüística moderna. Esta está sometida, como todo el resto,
a las leyes del lenguaje. Sólo las palabras pueden engendrarla y darle
consistencia. Sin el lenguaje, la humanidad no
avanzaría ni un paso en las investigaciones sobre el pensamiento. Este
es el caso del psicoanálisis. Cualquiera que sea la función que se le
atribuya, agente de sanación, de formación o de sondeo, sólo hay un
medio del cual nos servimos: la palabra del paciente. Y toda palabra
amerita una respuesta.
– Luego, es análisis en tanto que diálogo. Hay personas que lo interpretan más bien como un sucedáneo de la confesión.
- ¿Pero
qué confesión? No le confesamos nada al psicoanalista. Uno se deja
llevar a decirle cosas, simplemente, todo lo que nos pasa por la cabeza.
Palabras, precisamente. El descubrimiento del psicoanálisis es el
hombre como animal hablante. Le corresponde al analista ordenar las
palabras que escucha y darles un sentido, una significación. Para hacer
un buen análisis, hace falta un acuerdo, la alianza entre el analizado y
el analista.
A
través del discurso de uno, el otro intenta de hacerse una idea de lo
que se trata y descubrir más allá del síntoma aparente el nudo difícil
de la verdad. La otra función del analista es explicar el sentido de las
palabras para hacer entender al paciente lo que puede esperarse del
análisis.
– Es una relación de extrema confianza.
– Más bien un intercambio donde lo importante es que uno habla y el otro escucha. También el silencio. El analista no plantea preguntas y no tiene ideas. Sólo da las respuestas que quiere darle a las cuestiones que suscitan su deseo. Pero al final del final, el analizado siempre va a donde lo lleva el analista.
– Más bien un intercambio donde lo importante es que uno habla y el otro escucha. También el silencio. El analista no plantea preguntas y no tiene ideas. Sólo da las respuestas que quiere darle a las cuestiones que suscitan su deseo. Pero al final del final, el analizado siempre va a donde lo lleva el analista.
– Acaba de hablar de la cura ¿Hay posibilidad de curar? ¿Superar la neurosis?
– El psicoanálisis triunfa cuando limpia el terreno, sale del síntoma, sale de lo real. Es decir, cuando llega a la verdad.
– El psicoanálisis triunfa cuando limpia el terreno, sale del síntoma, sale de lo real. Es decir, cuando llega a la verdad.
- ¿Podría enunciar el mismo concepto de una manera menos lacaniana?
– Llamo síntoma a todo lo que viene de lo real. Y real a todo aquello que anda mal, que no funciona, que se opone a la vida del hombre y al enfrentamiento de su personalidad. Lo real siempre regresa al mismo lugar. Siempre lo encontramos allí, con los mismos rostros. Los científicos tienen razón al decir que nada es imposible en lo real. Hace falta un tupé sagrado para afirmar cosas de este tipo, o bien, como lo supongo, la total ignorancia de lo que se hace y se dice.
Lo real y lo imposible son antitéticos, no pueden ir juntos. El análisis empuja al individuo hacia lo imposible, le sugiere considerar el mundo como es verdaderamente, es decir imaginario, sin significación. Mientras que lo real, como un pájaro voraz, no hace más que nutrirse de cosas con sentido, acciones que tienen un sentido.
– Llamo síntoma a todo lo que viene de lo real. Y real a todo aquello que anda mal, que no funciona, que se opone a la vida del hombre y al enfrentamiento de su personalidad. Lo real siempre regresa al mismo lugar. Siempre lo encontramos allí, con los mismos rostros. Los científicos tienen razón al decir que nada es imposible en lo real. Hace falta un tupé sagrado para afirmar cosas de este tipo, o bien, como lo supongo, la total ignorancia de lo que se hace y se dice.
Lo real y lo imposible son antitéticos, no pueden ir juntos. El análisis empuja al individuo hacia lo imposible, le sugiere considerar el mundo como es verdaderamente, es decir imaginario, sin significación. Mientras que lo real, como un pájaro voraz, no hace más que nutrirse de cosas con sentido, acciones que tienen un sentido.
Escuchamos
repetir que hay que darle sentido a esto o aquello, a sus propios
pensamientos, a sus propias aspiraciones, a los deseos, al sexo, a la
vida. Pero no sabemos nada de nada sobre la vida. Los sabios se afanan
en explicárnoslo. Mi temor es que por su fracaso, lo real, esa cosa monstruosa que no existe, termine por tomarlo, por arrastrarlo. La
ciencia sustituye a la religión y además es más despótica, obtusa y
oscurantista. Hay un dios-átomo, un dios-espacio, etc. Si la ciencia
gana o la religión, el psicoanálisis está acabado.
– ¿En nuestros días, que relación existe entre la ciencia y el psicoanálisis?
– Para mí, la única ciencia verdadera, seria, a seguir, es la ciencia-ficción. La otra, la oficial, la que tiene sus altares en los laboratorios, avanza a tientas, sin equilibrio. E incluso, comienza a tener miedo de su propia sombra.
– Para mí, la única ciencia verdadera, seria, a seguir, es la ciencia-ficción. La otra, la oficial, la que tiene sus altares en los laboratorios, avanza a tientas, sin equilibrio. E incluso, comienza a tener miedo de su propia sombra.
Parece que a los sabios les está llegando el momento de la angustia.
En sus laboratorios asépticos, en sus batas almidonadas, esos viejos
chiquillos que juegan con cosas desconocidas, fabricando aparatos cada
vez más complicados e inventando fórmulas cada vez más oscuras,
comienzan a preguntarse lo que podrá venir mañana, a dónde nos llevarán
finalmente sus investigaciones siempre novedosas. En fin, yo me pregunto
¿y si fuera demasiado tarde? Los biólogos se lo preguntan hoy, o los
físicos, los químicos. Para mí, están locos. Aunque ya están en el
proceso de cambiarle el rostro al universo, sólo ahora, en el presente
se les ocurre preguntarse si por casualidad esto no podría ser peligroso
¿Y si todo saltara? ¿Si las bacterias cultivadas tan amorosamente en
los blancos laboratorios se transformaran en enemigos mortales? ¿Y si el
mundo fuera barrido por una horda de estas bacterias con toda la mierda
que lo habita, comenzando por esos sabios de los laboratorios?
A las tres posiciones imposibles de Freud, gobierno, educación, psicoanálisis, yo le agregaría una cuarta, la ciencia. Salvo que los sabios no saben que su posición es insostenible.
– Esa es una visión bastante pesimista de lo que llamamos progreso.
– No, es otra cosa. No soy pesimista. No pasará nada. Por la sencilla razón de que el hombre es un bueno para nada, ni siquiera es capaz de destruirse a sí mismo. Personalmente, me parecería maravillosa una calamidad total producida por el hombre. Esa sería la prueba de que ha llegado a hacer algo con sus manos, su cabeza, sus intervenciones divinas, naturales o de otra especie.
Todas esas bellas bacterias sobrealimentadas por diversión, diseminadas en el mundo como las langostas de la Biblia, significarían el triunfo del hombre. Pero eso no sucederá. La ciencia atraviesa, afortunadamente, por una crisis de responsabilidad, todo entrará en el orden de las cosas, como se dice. Yo lo anuncié: lo real tomará la delantera, como siempre. Y nosotros seremos como siempre dichosos.
– No, es otra cosa. No soy pesimista. No pasará nada. Por la sencilla razón de que el hombre es un bueno para nada, ni siquiera es capaz de destruirse a sí mismo. Personalmente, me parecería maravillosa una calamidad total producida por el hombre. Esa sería la prueba de que ha llegado a hacer algo con sus manos, su cabeza, sus intervenciones divinas, naturales o de otra especie.
Todas esas bellas bacterias sobrealimentadas por diversión, diseminadas en el mundo como las langostas de la Biblia, significarían el triunfo del hombre. Pero eso no sucederá. La ciencia atraviesa, afortunadamente, por una crisis de responsabilidad, todo entrará en el orden de las cosas, como se dice. Yo lo anuncié: lo real tomará la delantera, como siempre. Y nosotros seremos como siempre dichosos.
– Otra paradoja de Jacques Lacan.
Se le reprocha, además de la dificultad del lenguaje y oscuridad de los
conceptos, los juegos de palabras, las bromas del lenguaje, los
retruécanos a la francesa, y precisamente, las paradojas. Quien lo
escucha o quien lo lee tiene el derecho a sentirse desorientado.
– De hecho, ya no bromeo, digo cosas muy serias. Me sirvo solamente de la palabra como los sabios de los que he hablado se sirven de sus alambiques y de sus instalaciones electrónicas. Siempre busco referirme a la experiencia del psicoanálisis.
– De hecho, ya no bromeo, digo cosas muy serias. Me sirvo solamente de la palabra como los sabios de los que he hablado se sirven de sus alambiques y de sus instalaciones electrónicas. Siempre busco referirme a la experiencia del psicoanálisis.
– Usted
dice: lo real no existe. Pero el hombre promedio sabe que lo real es el
mundo, todo lo que lo rodea, lo que ve con sus ojos, lo que toca.
– Deslastrémonos también de este hombre promedio que, en principio no existe. Existen individuos, eso es todo. Cuando escucho hablar del hombre común, de fenómenos de masa y de cosas de ese tipo, pienso en todos los pacientes que he visto pasar por el diván en cuarenta años de escucha. Ninguno, en medida alguna, se parece al otro, ninguno tiene las mismas fobias, las mismas angustias, la misma manera de relatar, el mismo miedo de no entender. El hombre promedio ¿quién es ese? ¿Yo, usted, mi conserje, el presidente de la república?
– Deslastrémonos también de este hombre promedio que, en principio no existe. Existen individuos, eso es todo. Cuando escucho hablar del hombre común, de fenómenos de masa y de cosas de ese tipo, pienso en todos los pacientes que he visto pasar por el diván en cuarenta años de escucha. Ninguno, en medida alguna, se parece al otro, ninguno tiene las mismas fobias, las mismas angustias, la misma manera de relatar, el mismo miedo de no entender. El hombre promedio ¿quién es ese? ¿Yo, usted, mi conserje, el presidente de la república?
– Hablábamos de lo real, del mundo que vemos todos.
- Exactamente. La diferencia entre lo real, es decir lo que está mal, y lo simbólico, lo imaginario es decir la verdad, es que lo real es el mundo. Para constatar que el mundo no existe, que no hay mundo, basta con pensar en todas las banalidades que una infinidad de imbéciles creen que es el mundo. Y yo invito a mis amigos de Panorama, antes de acusarme de paradójico, a reflexionar sobre lo que apenas han leído.
- Exactamente. La diferencia entre lo real, es decir lo que está mal, y lo simbólico, lo imaginario es decir la verdad, es que lo real es el mundo. Para constatar que el mundo no existe, que no hay mundo, basta con pensar en todas las banalidades que una infinidad de imbéciles creen que es el mundo. Y yo invito a mis amigos de Panorama, antes de acusarme de paradójico, a reflexionar sobre lo que apenas han leído.
– Se diría que usted es siempre pesimista.
– Eso no es cierto. No me clasifico ni entre los alarmistas ni entre los angustiados. Será muy infeliz el psicoanalista que no haya superado el estadio de la angustia. Es
cierto, a nuestro alrededor hay cosas horripilantes y devoradoras, como
la televisión por medio de la cual una gran parte de nosotros es
fagocitada. Pero esto sólo ocurre porque hay personas que se dejan
fagocitar, que hasta se inventan un interés por lo que ven.
Luego,
hay otros ardides monstruosos igualmente devoradores: los cohetes que
van a la luna, las investigaciones en el fondo de los océanos, etc. Todas cosas que devoran.
Pero no hay motivo para dramatizar. Estoy seguro de que cuando nos
hartemos de los cohetes, de la televisión y de todas las malditas
investigaciones al vacío, encontraremos otra cosa de qué ocuparnos. Es
una reviviscencia de la religión ¿verdad? ¿Y qué mejor monstruo
devorador que la religión? Es una fiestas continua para divertirse
durante siglos como ya ha quedado demostrado.
Mi
respuesta a todo eso, es que el hombre siempre ha sabido adaptarse al
mal. Lo único real que podemos concebir, a lo que tenemos acceso es
justamente eso: habrá que buscarle una razón, darle sentido a las cosas,
como decimos. De otro modo, el hombre no tendría angustia, Freud no se
habría hecho célebre, y yo sería profesor de liceo.
– ¿Las
angustias siempre son de esta naturaleza o existen angustias ligadas a
ciertas condiciones sociales, a determinadas épocas históricas, a
algunas latitudes?
– La angustia del sabio que tiene miedo de sus descubrimientos puede parecer reciente. ¿Pero qué sabemos de lo que ocurrió en otros tiempos? ¿De los dramas des otros investigadores? La angustia del obrero esclavo en la cadena de producción como en la rama de una galera, es la angustia de hoy. O, más sencillamente, está vinculada con las otras definiciones y palabras de hoy.
– La angustia del sabio que tiene miedo de sus descubrimientos puede parecer reciente. ¿Pero qué sabemos de lo que ocurrió en otros tiempos? ¿De los dramas des otros investigadores? La angustia del obrero esclavo en la cadena de producción como en la rama de una galera, es la angustia de hoy. O, más sencillamente, está vinculada con las otras definiciones y palabras de hoy.
- ¿Pero qué es la angustia para el psicoanálisis?
– Algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo, pero de nada, que el cuerpo, incluido el espíritu, puede motivar. El miedo del miedo, en resumen. Muchos de esos miedos, muchas de esas angustias, al nivel que las percibimos tienen que ver con el sexo. Freud decía que la sexualidad, para el animal hablante que se llama hombre, no tiene ni remedio ni esperanza. Una de las tareas del analista es encontrar en la palabra del paciente la relación entre la angustia y el sexo, ese gran desconocido.
– Algo que se sitúa más allá de nuestro cuerpo, un miedo, pero de nada, que el cuerpo, incluido el espíritu, puede motivar. El miedo del miedo, en resumen. Muchos de esos miedos, muchas de esas angustias, al nivel que las percibimos tienen que ver con el sexo. Freud decía que la sexualidad, para el animal hablante que se llama hombre, no tiene ni remedio ni esperanza. Una de las tareas del analista es encontrar en la palabra del paciente la relación entre la angustia y el sexo, ese gran desconocido.
– Hoy en día,
cuando el sexo se distribuye por todas partes, sexo en el cine, sexo en
el teatro, sexo en la televisión, sexo en los periódicos, en las
canciones, en las playas, se dice que las personas siente menos angustia
por los problemas ligados a la esfera sexual. Los tabúes han caído, se
dice, el sexo ya no da miedo.
– La sexomanía invasora no es más que un fenómeno publicitario.
El psicoanálisis es una cosa seria que tiene que ver, lo repito, con
una relación estrictamente personal entre dos individuos: el sujeto y el
analista. No existe el psicoanálisis colectivo, así como no hay
angustias o neurosis de masas.
Que
el sexo sea puesto al orden del día en cada esquina, tratado como un
detergente cualquiera en los carruseles televisados, no implica ninguna
promesa de beneficio alguno. No digo que eso sea malo. No basta
ciertamente con tratar las angustias y los problemas particulares. Hay
que partir de la moda, de esa fingida liberalización que se nos da, como
un bien otorgado desde arriba, por la supuesta sociedad permisiva. Pero
no sirve a nivel del psicoanálisis.
[Este texto fue recuperado por la revista francesa Magazine Litteraire 428, en febrero de 2004]
No hay comentarios:
Publicar un comentario