viernes, 28 de junio de 2013
PSICOANALISIS Y REALIDAD: ¿Eres un sociopata?
PSICOANALISIS Y REALIDAD: ¿Eres un sociopata?: Los sociópatas (o psicópatas, según el contexto) están entre nosotros, pero no todos cometen horribles crímenes; algunos de hecho pueden ...
¿Eres un sociopata?
Los sociópatas (o psicópatas, según el contexto) están entre
nosotros, pero no todos cometen horribles crímenes; algunos de hecho
pueden ser bastante encantadores y exitosos.
Cuando pensamos en un sociópata o un
psicópata (términos que muchas veces se utilizan como sinónimos según el
contexto clínico o social) solemos pensar en Ted Bundy o algún notorio
asesino serial: alguien capaz de torturar y manipular a la gente por el
simple placer de hacerlo. Pero la sociopatía, de hecho, podría ser algo
que se encuentra a bordo de mentes como la de los presidentes o los
líderes de empresas, es decir, de gente que debe funcionar de manera
perfecta en sociedad.
Se estima que 4% de los estadunidenses
presentan conductas sociópatas en su vida diaria, e incluso presidentes
como Theodor Roosevelt y John F. Kennedy han sido declarados sociópatas
debido a lo que puede interpretarse como una necesidad de dominación y
control absoluto.
La sociopatía es un desorden de
personalidad que se manifiesta en el trato con uno mismo y los demás, y
puede incluir conductas deshonestas y manipuladoras; para la literatura
médica, los sociópatas son encantadores, narcisistas y carecen tanto de
remordimientos como del control de sus propios impulsos. Robert Hare,
psicólogo criminal, diseñó una prueba en 1980 para el diagnóstico de la
psicopatía, el cuál es usado aún para determinar si un criminal puede
salir bajo fianza o merece penas más severas. Hace unos años, Hare mismo
afirmó que “es cuatro veces más probable hallar un psicópata en lo más
alto de la escalera corporativa que encontrarlo en la oficina del
conserje.”
En el libro Confessions of a Sociopath (“Confesiones
de una sociópata”), M.E. Thomas describe en primera persona el problema
de ser una abogada con un curriculum prestigioso, profesora
universitaria y sociópata de tiempo completo. Aunque es una persona
“normal” por fuera, Thomas cuestiona los fundamentos mismos de la
normalidad al confesar que fantasea constantemente con asesinar
personas, se distancia de sus amigos cuando estos tienen problemas
personales y dejan de parecerle divertidos, además de la lucha constante
contra los periodos de autodestrucción.
Otra clase de sociópatas son los
corredores de bolsa de Wall Street. Bernie Madoff, quien se encuentra en
prisión por defraudar fiscalmente por $65 mil millones de dólares a
accionistas y asociaciones caritativas alrededor del mundo (conflicto
tan grave que incluso uno de sus hijos se suicidó a raíz del incidente),
le preguntó a su terapeuta si creía que él era un sociópata. Ella
respondió que no, puesto que Madoff tiene moral y puede sentir
remordimientos: sabe que lo que hizo estuvo mal, aunque no pudiera
controlar sus impulsos. Pero el que Madoff haya logrado manipular a
tanta gente para hacerse con su dinero no permite hacer una barrera
definitiva entre lo que es un sociópata y el que no lo es.
Aunque Thomas afirmara que los
sociópatas o psicópatas no suelen matar gente, confiesa que desde niña
fantaseaba con matar a su padre con sus propias manos, además de
estrangular gente que veía en su rutina escolar, o ahogar bebés en la
piscina cuando era niña; aunque no lleven a cabo estas fantasías, los
sociópatas se entretienen en ellas sin consecuencias. Un entretenimiento
menos saludable, sin embargo, consiste en “arruinar a la gente”; en
palabras de Thomas:
“Sé que mi corazón es más negro y más
frío que el de la mayoría de la gente; tal vez por eso es que estoy
tentado a romper los suyos.”
¿Entonces es posible vivir
funcionalmente en sociedad siendo un psicópata, y cómo podría hacer la
sociedad para contener y aceptar a los psicópatas dentro del núcleo?
Muchos investigadores se muestran reticentes a aceptar que la sociopatía
y otras enfermedades mentales podrían ser catalogadas como formas de
discapacidad en un futuro cercano, sobre todo por la dificultad de un
diagnóstico preciso. John Edens, profesor de psicología de Texas
A&M, quien además evaluó psicológicamente a Thomas y confirmó el
diagnóstico de psicopatía, cree que “decir que alguien es o no psicópata
es un poco como dibujar una línea arbitraria en la arena”, pues mucha
gente muestra rastros de conductas psicópatas de manera más o menos
pronunciada que otras.
¿Qué hacer, pues, con los soldados que
vuelven de la guerra con estrés post-traumático, con el cirujano que no
tiene buen trato social pero que salva vidas con decisiones rápidas en
la sala de urgencias, con los inversionistas de Wall Street que juegan y
apuestan las fortunas de la gente por un rush parecido al de
los apostadores de Las Vegas y con la gente que rebasa los semáforos en
alto sin considerar la seguridad de los demás?
Para Thomas, la terapia simplemente no
funciona, y en su caso acredita el dedicar tiempo a su blog sobre
sociopatía y a la religión mormona por mantenerla relativamente estable.
“Tengo una tendencia naturalmente manipuladora”, dice Thomas, por lo
que la doctrina mormona, con el énfasis en que todos pueden cambiar y
las muchas actividades sociales que realizan, son una válvula de control
para su comportamiento destructivo. Sin embargo, aún falta mucho tiempo
y estudios comprender la naturaleza de trastornos de conducta como la
psicopatía, por lo que no debería sorprendernos de convivir a diario con
varios de ellos, tal vez más cerca de lo que nos imaginamos.
Conocimiento científico e imaginación radical
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lunes, 24 de junio de 2013
PSICOANALISIS Y REALIDAD: Obras de Sigmund Freud: La pérdida de realidad en ...
PSICOANALISIS Y REALIDAD: Obras de Sigmund Freud: La pérdida de realidad en ...: Hace poco tiempo indiqué como uno de los rasgos diferenciales entre neurosis y psicosis que en la primera el yo, en vasallaje a la realid...
Obras de Sigmund Freud: La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis (1924)
Hace poco tiempo indiqué como uno de los rasgos diferenciales
entre neurosis y psicosis que en la primera el yo, en vasallaje a la
realidad, sofoca un fragmento del ello (vida pulsional),
mientras que en la psicosis ese mismo yo, al servicio del ello, se
retira de un fragmento de la realidad {Realität, «contenido objetivo»}.
Por lo tanto, lo decisivo para la neurosis sería la hiperpotencia del
influjo objetivo {Realeinflusses}, y para la psicosis, la hiperpotencia
del ello. La pérdida de realidad {objetividad} estaría dada de antemano en la psicosis; en cambio, se creería que la neurosis la evita.
Ahora bien, esto no condice con la experiencia que todos podemos hacer, y es que cada neurosis perturba de algún modo el nexo del enfermo con la realidad, es para él un medio de retirarse de esta y, en sus formas más graves, importa directamente una huida de la vida real. Esta contradicción parece espinosa; no obstante ello, se la puede eliminar muy fácilmente, y su esclarecimiento no tendrá otro resultado que hacernos avanzar en nuestra inteligencia de la neurosis.
En efecto, la contradicción sólo subsiste mientras tenemos en vista la situación inicial de la neurosis, cuando el yo, al servicio de la realidad, emprende la represión de una moción pulsional. Pero eso no es todavía la neurosis misma. Ella consiste, más bien, en los procesos que aportan un resarcimiento a los sectores perjudicados del ello; por tanto, en la reacción contra la represión y en el fracaso de esta. El aflojamiento del nexo con la realidad es entonces la consecuencia de este segundo paso en la formación de la neurosis, y no deberíamos asombrarnos si la indagación detallada llegara a mostrar que la pérdida de realidad atañe justamente al fragmento de esta última a causa de cuyos reclamos se produjo la represión de la pulsión.
Esta caracterización de la neurosis como resultado de una represión fracasada no es algo nuevo. Siempre lo hemos afirmado, y fue sólo esta nueva trama argumental la que hizo necesario repetirlo.
El mismo reparo, por lo demás, volverá a aflorar con particular fuerza toda vez que se trate de un caso de neurosis cuyo ocasionamiento (la «escena traumática») sea notorio y en que uno pueda ver cómo la persona se extrañó de una vivencia de esa índole y la abandonó a la amnesia. Quiero retomar, a manera de ejemplo, un caso analizado hace muchos años, en que una muchacha enamorada de su cuñado fue conmovida, frente al lecho de muerte de su hermana, por esta idea: «Ahora él queda libre y puede casarse contigo». Esta escena se olvidó en el acto, y así se inició el proceso de regresión que llevó a los dolores histéricos. Pero lo instructivo es ver aquí los caminos por los cuales la neurosis intenta tramitar el conflicto. Ella desvaloriza la alteración objetiva {die reale Veränderung} reprimiendo la exigencia pulsional en cuestión, vale decir, el amor por el cuñado. La reacción psicótica habría sido desmentir el hecho de la muerte de la hermana.
Ahora esperaríamos que en la génesis de la psicosis ocurriese un proceso análogo al que sobreviene en la neurosis, aunque, como es natural, entre otras instancias. Esperaríamos, entonces, que también en la psicosis se perfilaran dos pasos, el primero de los cuales, esta vez, arrancara al yo de la realidad, en tanto el segundo quisiera indemnizar los perjuicios y restableciera el vínculo con la realidad a expensas del ello. Y efectivamente, algo análogo se observa en la psicosis: también en ella hay dos pasos, de los cuales el segundo presenta el carácter de la reparación; pero aquí la analogía deja el sitio a un paralelismo mucho más amplio entre los procesos. El segundo paso de la psicosis quiere también compensar la pérdida de realidad, mas no a expensas de una limitación del ello -como la neurosis lo hacía a expensas del vínculo con lo real-, sino por otro camino, más soberano: por creación de una realidad nueva, que ya no ofrece el mismo motivo de escándalo que la abandonada. En consecuencia, el segundo paso tiene por soporte las mismas tendencias en la neurosis y en la psicosis; en ambos casos sirve al afán de poder del ello, que no se deja constreñir por la realidad. Tanto neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello contra el mundo exterior; expresan su displacer o, si se quiere, su incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad, a la Anagch [necesidad]. Neurosis y psicosis se diferencian mucho más en la primera reacción, la introductoria, que en el subsiguiente ensayo de reparación.
Esa diferencia inicial se expresa en el resultado final del siguiente modo: en la neurosis se evita, al modo de una huida, un fragmento de la realidad, mientras que en la psicosis se lo reconstruye. Dicho de otro modo: en la psicosis, a la huida inicial sigue una fase activa de reconstrucción; en la neurosis, la obediencia inicial es seguida por un posterior {nachträglich} intento de huida. O de otro modo todavía: la neurosis no desmiente la realidad, se limita a no querer saber nada de ella; la psicosis la desmiente y procura sustituirla. Llamamos normal o «sana» a una conducta que aúna determinados rasgos de ambas reacciones: que, como la neurosis, no desmiente la realidad, pero, como la psicosis, se empeña en modificarla. Esta conducta adecuada a fines, normal, lleva naturalmente a efectuar un trabajo que opere sobre el mundo exterior, y no se conforma, como la psicosis, con producir alteraciones internas; ya no es autoplástica, sino aloplástica.
En la psicosis, el remodelamiento de la realidad tiene lugar en los sedimentos psíquicos de los vínculos que hasta entonces se mantuvieron con ella, o sea en las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios que se habían obtenido de ella hasta ese momento y por los cuales era subrogada en el interior de la vida anímica. Pero el vínculo con la realidad nunca había quedado concluido, sino que se enriquecía y variaba de continuo mediante percepciones nuevas. De igual modo, a la psicosis se le plantea la tarea de procurarse percepciones tales que correspondan a la realidad nueva, lo que se logra de la manera más radical por la vía de la alucinación. Si en tantas formas y casos de psicosis los espejismos del recuerdo, las formaciones delirantes y alucinaciones presentan un carácter penosísimo y van unidas a un desarrollo de angustia, ese es el cabal indicio de que todo el proceso de replasmación se consuma contrariando poderosas fuerzas. Es lícito construir el proceso de acuerdo con el modelo de la neurosis, que nos resulta más familiar. En esta última vemos que se reacciona con angustia tan pronto como la moción reprimida empuja hacia adelante, y que el resultado del conflicto no puede ser otro que un compromiso, e incompleto como satisfacción. Es probable que en la psicosis el fragmento de la realidad rechazado se vaya imponiendo cada vez más a la vida anímica, tal como en la neurosis lo hacía la moción reprimida, y por eso las consecuencias son en ambos casos las mismas. Un cometido de la psiquiatría especial, no abordado aún, es elucidar los diversos mecanismos destinados a llevar a cabo en la psicosis el extrañamiento de la realidad y la reedificación de una nueva, así como el grado de éxito que puedan alcanzar.
Por tanto, otra analogía entre neurosis y psicosis es que en ambas la tarea que debe acometerse en el segundo paso fracasa parcialmente, puesto que no puede crearse un sustituto cabal para la pulsíón reprimida (neurosis), y la subrogación de la realidad no se deja verter en los moldes de formas satisfactorias. (No, al menos, en todas las variedades de enfermedades psíquicas.) Pero en uno y otro caso los acentos se distribuyen diversamente. En la psicosis, el acento recae íntegramente sobre el primer paso, que es en sí patológico y sólo puede llevar a la enfermedad; en la neurosis, en cambio, recae en el segundo, el fracaso de la represión, mientras que el primer paso puede lograrse, y en efecto se logra innumerables veces en el marco de la salud, si bien ello no deja de tener sus costos y muestra, como secuela, indicios del gasto psíquico requerido. Estas diferencias, y quizá muchas otras todavía, son consecuencia de la diversidad típica en la situación inicial del conflicto patógeno, a saber, que en ella el yo rinda vasallaje al mundo real o al ello.
La neurosis se conforma, por regla general, con evitar el fragmento de realidad correspondiente y protegerse del encuentro con él. Ahora bien, el tajante distingo entre neurosis y psicosis debe amenguarse, pues tampoco en la neurosis faltan intentos de sustituir la realidad indeseada por otra más acorde al deseo. La posibilidad de ello la da la existencia de un mundo de la fantasía, un ámbito que en su momento fue segregado del mundo exterior real por la instauración del principio de realidad, y que desde entonces quedó liberado, a la manera de una «reserva», de los reclamos de la necesidad de la vida; si bien no es inaccesible para el yo, sólo mantiene una dependencia laxa respecto de él. De este mundo de fantasía toma la neurosis el material para sus neoformaciones de deseo, y comúnmente lo halla, por el camino de la regresión, en una prehistoria real más satisfactoria.
Apenas cabe dudar de que el mundo de la fantasía desempeña en la psicosis el mismo papel, de que también en ella constituye la cámara del tesoro de donde se recoge el material o el modelo para edificar la nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior, fantástico, de la psicosis quiere remplazar a la realidad exterior; en cambio, el de la neurosis gusta de apuntalarse, como el juego de los niños, en un fragmento de la realidad -diverso de aquel contra el cual fue preciso defenderse-, le presta un significado particular y un sentido secreto, que, de manera no siempre del todo acertada, llamamos simbólico. Así, para ambas -neurosis y psicosis-, no sólo cuenta el problema de la pérdida de realidad, sino el de un sustituto de realidad.
Ahora bien, esto no condice con la experiencia que todos podemos hacer, y es que cada neurosis perturba de algún modo el nexo del enfermo con la realidad, es para él un medio de retirarse de esta y, en sus formas más graves, importa directamente una huida de la vida real. Esta contradicción parece espinosa; no obstante ello, se la puede eliminar muy fácilmente, y su esclarecimiento no tendrá otro resultado que hacernos avanzar en nuestra inteligencia de la neurosis.
En efecto, la contradicción sólo subsiste mientras tenemos en vista la situación inicial de la neurosis, cuando el yo, al servicio de la realidad, emprende la represión de una moción pulsional. Pero eso no es todavía la neurosis misma. Ella consiste, más bien, en los procesos que aportan un resarcimiento a los sectores perjudicados del ello; por tanto, en la reacción contra la represión y en el fracaso de esta. El aflojamiento del nexo con la realidad es entonces la consecuencia de este segundo paso en la formación de la neurosis, y no deberíamos asombrarnos si la indagación detallada llegara a mostrar que la pérdida de realidad atañe justamente al fragmento de esta última a causa de cuyos reclamos se produjo la represión de la pulsión.
Esta caracterización de la neurosis como resultado de una represión fracasada no es algo nuevo. Siempre lo hemos afirmado, y fue sólo esta nueva trama argumental la que hizo necesario repetirlo.
El mismo reparo, por lo demás, volverá a aflorar con particular fuerza toda vez que se trate de un caso de neurosis cuyo ocasionamiento (la «escena traumática») sea notorio y en que uno pueda ver cómo la persona se extrañó de una vivencia de esa índole y la abandonó a la amnesia. Quiero retomar, a manera de ejemplo, un caso analizado hace muchos años, en que una muchacha enamorada de su cuñado fue conmovida, frente al lecho de muerte de su hermana, por esta idea: «Ahora él queda libre y puede casarse contigo». Esta escena se olvidó en el acto, y así se inició el proceso de regresión que llevó a los dolores histéricos. Pero lo instructivo es ver aquí los caminos por los cuales la neurosis intenta tramitar el conflicto. Ella desvaloriza la alteración objetiva {die reale Veränderung} reprimiendo la exigencia pulsional en cuestión, vale decir, el amor por el cuñado. La reacción psicótica habría sido desmentir el hecho de la muerte de la hermana.
Ahora esperaríamos que en la génesis de la psicosis ocurriese un proceso análogo al que sobreviene en la neurosis, aunque, como es natural, entre otras instancias. Esperaríamos, entonces, que también en la psicosis se perfilaran dos pasos, el primero de los cuales, esta vez, arrancara al yo de la realidad, en tanto el segundo quisiera indemnizar los perjuicios y restableciera el vínculo con la realidad a expensas del ello. Y efectivamente, algo análogo se observa en la psicosis: también en ella hay dos pasos, de los cuales el segundo presenta el carácter de la reparación; pero aquí la analogía deja el sitio a un paralelismo mucho más amplio entre los procesos. El segundo paso de la psicosis quiere también compensar la pérdida de realidad, mas no a expensas de una limitación del ello -como la neurosis lo hacía a expensas del vínculo con lo real-, sino por otro camino, más soberano: por creación de una realidad nueva, que ya no ofrece el mismo motivo de escándalo que la abandonada. En consecuencia, el segundo paso tiene por soporte las mismas tendencias en la neurosis y en la psicosis; en ambos casos sirve al afán de poder del ello, que no se deja constreñir por la realidad. Tanto neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello contra el mundo exterior; expresan su displacer o, si se quiere, su incapacidad para adaptarse al apremio de la realidad, a la Anagch [necesidad]. Neurosis y psicosis se diferencian mucho más en la primera reacción, la introductoria, que en el subsiguiente ensayo de reparación.
Esa diferencia inicial se expresa en el resultado final del siguiente modo: en la neurosis se evita, al modo de una huida, un fragmento de la realidad, mientras que en la psicosis se lo reconstruye. Dicho de otro modo: en la psicosis, a la huida inicial sigue una fase activa de reconstrucción; en la neurosis, la obediencia inicial es seguida por un posterior {nachträglich} intento de huida. O de otro modo todavía: la neurosis no desmiente la realidad, se limita a no querer saber nada de ella; la psicosis la desmiente y procura sustituirla. Llamamos normal o «sana» a una conducta que aúna determinados rasgos de ambas reacciones: que, como la neurosis, no desmiente la realidad, pero, como la psicosis, se empeña en modificarla. Esta conducta adecuada a fines, normal, lleva naturalmente a efectuar un trabajo que opere sobre el mundo exterior, y no se conforma, como la psicosis, con producir alteraciones internas; ya no es autoplástica, sino aloplástica.
En la psicosis, el remodelamiento de la realidad tiene lugar en los sedimentos psíquicos de los vínculos que hasta entonces se mantuvieron con ella, o sea en las huellas mnémicas, las representaciones y los juicios que se habían obtenido de ella hasta ese momento y por los cuales era subrogada en el interior de la vida anímica. Pero el vínculo con la realidad nunca había quedado concluido, sino que se enriquecía y variaba de continuo mediante percepciones nuevas. De igual modo, a la psicosis se le plantea la tarea de procurarse percepciones tales que correspondan a la realidad nueva, lo que se logra de la manera más radical por la vía de la alucinación. Si en tantas formas y casos de psicosis los espejismos del recuerdo, las formaciones delirantes y alucinaciones presentan un carácter penosísimo y van unidas a un desarrollo de angustia, ese es el cabal indicio de que todo el proceso de replasmación se consuma contrariando poderosas fuerzas. Es lícito construir el proceso de acuerdo con el modelo de la neurosis, que nos resulta más familiar. En esta última vemos que se reacciona con angustia tan pronto como la moción reprimida empuja hacia adelante, y que el resultado del conflicto no puede ser otro que un compromiso, e incompleto como satisfacción. Es probable que en la psicosis el fragmento de la realidad rechazado se vaya imponiendo cada vez más a la vida anímica, tal como en la neurosis lo hacía la moción reprimida, y por eso las consecuencias son en ambos casos las mismas. Un cometido de la psiquiatría especial, no abordado aún, es elucidar los diversos mecanismos destinados a llevar a cabo en la psicosis el extrañamiento de la realidad y la reedificación de una nueva, así como el grado de éxito que puedan alcanzar.
Por tanto, otra analogía entre neurosis y psicosis es que en ambas la tarea que debe acometerse en el segundo paso fracasa parcialmente, puesto que no puede crearse un sustituto cabal para la pulsíón reprimida (neurosis), y la subrogación de la realidad no se deja verter en los moldes de formas satisfactorias. (No, al menos, en todas las variedades de enfermedades psíquicas.) Pero en uno y otro caso los acentos se distribuyen diversamente. En la psicosis, el acento recae íntegramente sobre el primer paso, que es en sí patológico y sólo puede llevar a la enfermedad; en la neurosis, en cambio, recae en el segundo, el fracaso de la represión, mientras que el primer paso puede lograrse, y en efecto se logra innumerables veces en el marco de la salud, si bien ello no deja de tener sus costos y muestra, como secuela, indicios del gasto psíquico requerido. Estas diferencias, y quizá muchas otras todavía, son consecuencia de la diversidad típica en la situación inicial del conflicto patógeno, a saber, que en ella el yo rinda vasallaje al mundo real o al ello.
La neurosis se conforma, por regla general, con evitar el fragmento de realidad correspondiente y protegerse del encuentro con él. Ahora bien, el tajante distingo entre neurosis y psicosis debe amenguarse, pues tampoco en la neurosis faltan intentos de sustituir la realidad indeseada por otra más acorde al deseo. La posibilidad de ello la da la existencia de un mundo de la fantasía, un ámbito que en su momento fue segregado del mundo exterior real por la instauración del principio de realidad, y que desde entonces quedó liberado, a la manera de una «reserva», de los reclamos de la necesidad de la vida; si bien no es inaccesible para el yo, sólo mantiene una dependencia laxa respecto de él. De este mundo de fantasía toma la neurosis el material para sus neoformaciones de deseo, y comúnmente lo halla, por el camino de la regresión, en una prehistoria real más satisfactoria.
Apenas cabe dudar de que el mundo de la fantasía desempeña en la psicosis el mismo papel, de que también en ella constituye la cámara del tesoro de donde se recoge el material o el modelo para edificar la nueva realidad. Pero el nuevo mundo exterior, fantástico, de la psicosis quiere remplazar a la realidad exterior; en cambio, el de la neurosis gusta de apuntalarse, como el juego de los niños, en un fragmento de la realidad -diverso de aquel contra el cual fue preciso defenderse-, le presta un significado particular y un sentido secreto, que, de manera no siempre del todo acertada, llamamos simbólico. Así, para ambas -neurosis y psicosis-, no sólo cuenta el problema de la pérdida de realidad, sino el de un sustituto de realidad.
domingo, 23 de junio de 2013
jueves, 20 de junio de 2013
PSICOANALISIS Y REALIDAD: "Una puerta hacia el futuro" Ensayo 1.0. Sobre la ...
PSICOANALISIS Y REALIDAD: "Una puerta hacia el futuro" Ensayo 1.0. Sobre la ...: Los celos, el miedo, la envidia, el deseo, la vanidad, el exhibicionismo, tiene todo la misma raíz. Los celos, nos impelan a actuar, a h...
"Una puerta hacia el futuro" Ensayo 1.0. Sobre la Fenomenología de la conciencia.
Los
celos, el miedo, la envidia, el deseo, la vanidad, el exhibicionismo,
tiene todo la misma raíz. Los celos, nos impelan a actuar, a hacer algo
para poder superarlos. Aunque superarlos queriendo hacer o ser más que
otro, eso nos lleva al desastre de la amargura. Una persona en un ataque
de celos, es capaz de inventar y mentir con tal de justificarse la
carencia que creemos tener, o superar a esa persona a la que tenemos celos.
Cada uno es de una manera peculiar para hacer cualquier cosa: un sastre
es capaz de confeccionar un traje o vestido, camisas y chaquetas; un
cocinero es capaz de hacer platos diversos; ¿por qué habríamos de estar
celosos de que sean buenos sastres y buenos cocineros? Uno tiene que
descubrir la raíz de esos celos que nos destruyen, nos hacen feos y
peligrosos. Y veremos cómo se trata, como si tuviéramos un complejo de
inferioridad, al encontrarnos y sentirnos solos. Pero, la soledad se ha
de comprender al ver que todos también estamos solos, aunque estemos
rodeados de miles, millones de personas. Pues, uno es el resto de la
humanidad, es decir, uno es igual a todos los demás: padecemos alegrías,
tristezas, frustraciones y desengaños, sentimos esa soledad
inconsolable, desgarradora.
¿Podemos ser conscientes de esa soledad,
donde nadie nos puede ayudar, sin huir de ella, ver todo su proceso sin
querer cambiarlo, estando con ella? Si eso es posible, entonces esa
soledad se convierte en algo afortunado, fuente de dicha y felicidad, al
dejar de estar divididos y fragmentado de la situación en que vivo. Es
así como uno está a salvo del ‘yo’, pues el ‘yo’ para operar necesita
que el pensamiento opere, genere sus infinitos problemas. Pero donde hay
atención total, donde está esa dicha, que es lo sagrado, el invento del
‘yo’ no puede ser.
martes, 18 de junio de 2013
PSICOANALISIS Y REALIDAD: Cerebro versus Mente
PSICOANALISIS Y REALIDAD: Cerebro versus Mente: ← Entrevista con la pionera del proyecto BRAIN : Miyoung Chun Cerebro versus Mente La neurociencia...
Cerebro versus Mente
Cerebro versus Mente
La neurociencia fomenta conclusiones peligrosas cuando deja de lado los factores psicológicos
“Hace algunas décadas que las ciencias duras están avanzando sobre el terreno de las llamadas ciencias “blandas”. Cuestiones relacionadas a la dualidad entre el bien y el mal o el libre albedrío que tradicionalmente habían sido dominio de la filosofía en cuanto a la reflexión abstracta o de la psicología en lo tocante al comportamiento humano, y que están siendo explicadas ahora por disciplinas que tratan de comprender el funcionamiento del cerebro desde la física o la biología.
Todas las épocas tienen un conjunto de discursos que se consideran más válidos que otros para explicar la realidad. Y en parte, el hecho de que la neurociencia esté de moda últimamente se debe a eso.
Sally Satel, psiquiatra y co-autora de Brainwashed: The Seductive Appeal of Mindless Neuroscience (Lavado de cerebro: el seductor atractivo de la neurociencia sin mente), confrontaba recientemente en un artículo en The Atlantic dos perspectivas sobre nuestro cerebro: el de la neurociencia, y el de la psicología, y ponía de manifiesto cómo la primera se sobreestima, dejando de lado todo lo que puede aportar el estudio de la mente.
El imperio de la estructura
No hay duda de que los hallazgos que está haciendo la neurociencia llaman poderosamente la atención de la opinión pública. Sus aplicaciones pueden ir desde crear un dispositivo que leyendo los impulsos eléctricos del cerebro permite al usuario mover objetos con la mente, hasta plantear tratamientos innovadores en enfermedades como la esquizofrenia o el Parkinson.
Pero el funcionamiento del cerebro también está relacionado con la visión que las personas tienen de sí mismas, de su identidad, memoria y aspiraciones, algo que parece estar olvidándose en una tendencia que la autora ha llamado “neurocéntrica”, y que alimenta y extiende la creencia de que el comportamiento humano puede explicarse solo, o principalmente atendiendo al cerebro.
Un ejemplo del peligro que ello entraña está en el hecho de que actualmente, en el Instituto Nacional de Salud de los EEUU, determinados tipos de adicciones sean clasificadas como “enfermedades cerebrales”. Como recuerda Satel, es cierto que las adicciones modifican algunas partes de la estructura y las funciones del cerebro ligadas a la motivación, la memoria, la inhibición o la planificación, pero ello no prueba que el comportamiento del adicto sea totalmente involuntario y que por lo tanto sea incapaz de tener control sobre sí mismo.
Es necesario entender cómo piensa el adicto: su mente contiene historias sobre cómo sucede su adicción, por qué continúa usando determinadas sustancias y, si decide dejarlo, cómo lo va a hacer. Por lo tanto, la respuesta a estas preguntas es imposible que salga de un análisis neurocientífico, y pensar que un adicto es “víctima” de su mecánica cerebral sería negar totalmente responsabilidad sobre su propio destino.
Planteamientos de este tipo, destaca la autora, puede llevar a formular teorías del tipo “no me culpes a mi, culpa a mi cerebro”. En este sentido, no debe confundirse la causa –en parte explicada por lo neuronal, y en parte por lo psicológico- con la excusa.
Ciencia del cerebro y moralidad
Desde que pensamiento y religión se separaron, se ha tendido a pensar –a pesar de que siempre ha sido una de las “grandes preguntas” de la humanidad– que las personas pueden comportarse libremente.
Sin embargo, este presupuesto ha sido puesto en tela de juicio por biólogos como Robert Sapolsky, quien afirma que “nuestro creciente conocimiento sobre el cerebro pone en seria cuestión nociones como voluntad, la culpabilidad o el libre albedrío”.
No hay duda de que las personas pueden ser responsables sólo si tienen libertad de elección, pero, ¿qué tipo de libertad es necesaria? El sentido común y la tradición afirman que la responsabilidad será posible en la medida que una persona sea capaz de deliberar constantemente sobre sus comportamientos, seguir determinadas normas básicas, y en general tener control sobre si mismo.
Pero no todos le tienen tanta fe al ser humano. Sapolsky insiste en que las decisiones personales no se toman libremente, sino que están dictadas por la configuración neuronal.
Las neurociencias tienen el ímpetu y la capacidad de seducción que tienen otras disciplinas que por varias razones están pudiendo desarrollarse con fuerza precisamente ahora.
Sin embargo, no debe perderse de vista que esta área solamente ayuda a comprender las causas físicas –los mecanismos– que están detrás de nuestros pensamientos y emociones; y que para entender por qué actuamos como lo hacemos, también se debe tener en cuenta la psicología, encargada de explorar la mente, ese lugar donde residen los deseos, las intenciones, los ideales y las ansiedades, factores extremadamente determinantes en nuestro hacer cotidiano.”
Fuente: http://www.elobservador.com.uy/noticia/253133/cerebro-versus-mente/
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