viernes, 8 de marzo de 2013

Sabina Spielrein

Sabina Spielrein

Cuando se habla del nacimiento del psicoanálisis como ciencia moderna, siempre se hace referencia a sus “padres”, si entendemos como tales a Sigmund Freud y a Carl Gustav Jung. Sin embargo, el estudio de la psique humana tuvo también madres, la más importante de las cuales mantuvo una estrecha y compleja relación con el creador del término inconsciente colectivo. Fue primero paciente, después amante y al final alumna brillante, y aunque algunos -el propio Jung entre ellos- la quisieron tachar de embustera y manipuladora, su contribución al estudio de la mente, desde ambos lados de la trinchera, es una de las más importantes del siglo XX. Hoy hablamos de Sabina Spielrein.
PRIMEROS AÑOS
Sabina Naftulovna Spielrein (ruso: Сабина Нафтуловна Шпильрейн) vino al mundo en la Rusia zarista; fue en Rostov del Don, al suroeste del país, el 7 de noviembre de 1885. Su padre, un comerciante acomodado de origen judío, se había casado con una mujer de religión ortodoxa, con la que tuvo cinco hijos, de los que Sabina fue la mayor.
El padre de Sabina era un hombre violento, manipulador, que ejercía una influencia sumamente perniciosa sobre su familia, y que no hacía ascos al castigo físico cuando lo creía oportuno, que solía ser bastante a menudo. En consecuencia, los hermanos Spielrein crecieron siendo niños nerviosos, asustadizos, cuyos fuertes lazos de amor-odio con sus progenitores serían calificados por Jung de “sadomasoquistas”.
Así las cosas, no es extraño que la pequeña Sabina empezase a mostrar síntomas de que algo extraño le sucedía cuando sólo contaba cuatro años de edad; los detalles no son precisamente agradables, pero baste decir que despertaron en ella una muy precoz sexualidad de tintes masoquistas, y un comportamiento compulsivo que se fue agravando conforme se fue haciendo mayor. A los dieciséis años, tras la muerte de su hermana pequeña, el estado de Sabina empeoró de forma fulminante: sufría bruscos cambios de humor, rayanos en la histeria; se fugó en varias ocasiones de la casa familiar; incluso intentó suicidarse, al menos, un par de veces. Fue entonces cuando sus padres decidieron tomar cartas en el asunto, y la internaron en una clínica suiza, donde tuvo que sufrir los temidos tratamientos con electroshock. Viendo que no servían de nada, los Spielrein decidieron trasladar a su hija a una nueva clínica, esta vez en Zurich; en la clínica Burghölzli permanecería durante casi un año, desde agosto de 1904 hasta junio de 1905, y allí conocería al hombre que cambió su vida: Carl Gustav Jung.

SU ETAPA JUNTO A JUNG
Sabina fue una paciente difícil: sus cambios de humor, su negativa a colaborar con los médicos y su agresividad hicieron de ella la interna que nadie quería tratar. Hasta que un joven doctor suizo apellidado Jung decidió que la muchacha era la idónea para probar los nuevos métodos que preconizaba el doctor Freud. Así pues, Jung aisló a Sabina por completo de su familia, ya que pudo comprobar que sus crisis se agravaban cuando cualquier familiar venía a visitarla; tanto fue así, que incluso prohibió a uno de sus hermanos estudiar en Zurich.

Jung frente a la fachada de la clínica Burghölzli, donde trató a Sabina Spielrein
Al mismo tiempo, Jung se encargó personalmente de que Sabina recibiese un trato exquisito, y de que tuviese la sensación de que él estaba siempre pendiente de ella; a la larga, como veremos, esto fue contraproducente, pues Sabina desarrolló una dependencia extrema de Jung, hasta el punto de que, una vez más, sus crisis se agravaban si el psiquiatra no estaba en el centro.
Lo cierto es que Jung consiguió una inmensa mejoría en Sabina Spielrein, hasta el punto de que, todavía interna en la clínica, la joven decidió matricularse en la universidad de Zurich, dispuesta a convertirse en psiquiatra. Sabina era una persona académicamente brillante, y pronto obtuvo estupendos resultados en sus estudios,  incorporándose como ayudante de campo en las investigaciones del propio Jung.
Y es en esta época cuando se desarrolla la parte más oscura y extraña de la relación entre ambos. De que Sabina se convirtió en la amante de Jung, al menos desde 1908, no hay ningún tipo de dudas, hasta el punto de que el psiquiatra tuvo que renunciar a su trabajo en la clínica Burghölzli -y, por tanto, dejar de ser el médico de Sabina- para intentar capear el escándalo, ya que no sólo había violado el código deontológico médico, sino que además él era un hombre casado. Es en este momento cuando hace su entrada en esta historia Sigmund Freud; el célebre psiquiatra vienés conocía el caso de Sabina desde 1906, cuando Jung le escribió, solicitándole consejo para su tratamiento. Sin embargo, cuando la relación entre ambos se hizo pública, Freud se puso sin dudarlo de parte de su pupilo, amonestando a Sabina y pidiéndole que “reprimiese sus sentimientos hacia Jung”, algo que hirió profundamente a la joven. Es curioso, no obstante, que años más tarde el propio Freud rectificase su comportamiento con respecto a Jung y Sabina, definiendo el trato que éste había dispensado a su paciente como “detestable”.
CARRERA PROFESIONAL DE SABINA SPIELREIN
Mientras todo esto sucedía, Sabina iba progresando en sus estudios, licenciándose en 1911 con una tesis titulada “El contenido psicológico de un caso de esquizofrenia”, para la que había contado con la colaboración de Jung, y que, como curiosidad, representa la primera aparición del término “esquizofrenia” en un texto académico. Poco después de la publicación de su tesis, Sabina y Jung rompieron; el suizo fue muy poco caballero con quien había sido su amante, alumna y estrecha colaboradora durante casi seis años: la llamó mentirosa e histérica, y aseguró que Sabina lo calumniaba porque él se había negado a dejarla embarazada.
En octubre de 1911 Sabina se trasladó a Viena, donde por fin pudo conocer personalmente a Freud; se cree que fue este contacto el que hizo que el psicoanalista cambiase de opinión con respecto a Sabina. Tanto, que respaldó el ingreso de la joven en la Asociación Psicoanalítica Vienesa, donde, a finales de ese mismo año, publicaría su segundo trabajo, “La destrucción como causa del nacimiento”, que a la postre sería la base sobre la que Freud desarrolló su teoría de la pulsión de muerte.

Sigmund Freud
Los siguientes años de la vida de Sabina Spielrein supusieron un periplo por diferentes capitales europeas: Berlín, Munich, Lausana, Ginebra, Moscú… En todas ellas, Sabina se hizo célebre como psicoanalista, destacando especialmente en el campo de la psicología infantil, en la que llegaría a estar considerada como una autoridad. Por esas fechas, también conoció a Paul Scheftel, un médico con el que tendría a sus dos únicas hijas, Renate y Eva. La pareja se separaría en 1915.
El recorrido profesional de Sabina Spielrein es ciertamente brillante: además de su colaboración con Freud, fue también miembro de la Asociación Psicoanalítica de Berlín, profesora de psicoanálisis en el Instituto Rousseau de Ginebra, y catedrática de psicología en la universidad de Moscú. Allí conocería a su gran colaboradora, Vera Schmidt, con quien fundó en 1923 un jardín de infancia llamado White Nursery, donde se fomentaba el crecimiento de los niños como seres absolutamente libres y se trataba especialmente el desarrollo del lenguaje de los infantes; la White Nursery se haría tan popular que hasta el propio Stalin llevó allí, con nombre falso, a uno de sus hijos, Vassili.
VÍCTIMA DE LOS TOTALITARISMOS
A pesar de todos sus logros, Sabina, como muchos otros de su condición, se convirtió en una persona incómoda, debido a su ascendencia judía y a sus ideas científicas. Ya había sufrido un primer y amargo trago cuando, en 1926, la White Nursery fue cerrada por el gobierno soviético, entre tremendas acusaciones de perversión sexual de niños. Y es que los bolcheviques veían los postulados psicoanalíticos como potencialmente subversivos, y se dedicaron a perseguir sistemáticamente a sus estudiosos.
Aunque Sabina regresó a su ciudad natal, Rostov del Don, como profesora de psiquiatría de la universidad del Norte del Cáucaso, tuvo que ver como el gobierno comunista le cerraba cada vez más puertas: en 1929 se disolvió la Asociación Psicoanalítica de Moscú; finalmente, en 1936, Stalin prohibió la práctica del psicoanálisis en la Unión Soviética, y la figura de Sabina Spielrein se desdibuja en la historia. Sin embargo, la otrora célebre intelectual todavía tendría que ver cómo los judíos fueron víctimas de las terribles purgas estalinistas, equiparables sin duda a las que los nazis llevaron a cabo durante sus siniestros 13 años de poder en Europa.
Y es precisamente a causa de los nazis que Sabina hace su última aparición en la historia. Tras seis años retirada del mundanal ruido, la más importante de las madres del psicoanálisis fue, como tantos otros intelectuales de origen judío, víctima del conflicto más horrible que ha conocido el ser humano. El 12 de agosto de 1942, algo más de un año después de la invasión de la URSS por parte de las tropas de Hitler, Rostov del Don cayó en poder de los alemanes, quienes agruparon a un puñado de habitantes de la ciudad en la sinagoga local, fusilándolos sin piedad; entre los que aquel día perdieron la vida se encontraba Sabina Spielrein, olvidada de todos, una pálida sombra melancólica de quien fue, en su día, una de las mujeres más importantes de la historia de la medicina moderna.

BIBLIOGRAFÍA
  • Appignanesi, Lisa, Mad, Bad and Sad: Women and the Mind Doctors, W. W. Norton & Company, New York, 2008
  • Bair, Deirdre, Jung: A Biography, Little, Brown and Company, London, 2003
  • Carotenuto, Aldo, A Secret Symmetry: Sabina Spielrein between Jung and Freud, Pantheon Books, Berkeley, 1982
  • Covington, C. & Wharton, B. (ed.), Sabina Spielrein: Forgotten Pioneer of Psychoanalysis, Routledge, Oxford, 2003

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