viernes, 7 de diciembre de 2012

Luciana Bon de Matte. PSICOANALIZANDO


Luciana Bon de Matte
Presentación1*

A poco más de dos años de la publicación de su libro El eclipse del cuerpo, llevando adelante su línea de trabajo psicoanalítico con pacientes de todas las edades, Armando Ferrari propone ahora Adolescencia. El segundo desafío. De hecho, el tema de la relación cuerpo‐mente, en torno al cual se organiza su propuesta sobre el eclipse del objeto originario concreto (OOC) encuentra en las vivencias de la adolescencia un terreno privilegiado de observación y de confirmación.

Las continuas referencias a la adolescencia como: fase de paso, etapa decisiva del desapego, período de crisis, etc. tienden a tener una mayor consideración con los puntos de entrada y de salida casi haciéndola desaparecer hasta el punto de reducirla, a veces, a una promulgación de la latencia, a veces, como un túnel para recorrerlo hasta el final, aunque bajo una óptica que parte desde el punto de vista del niño o del adulto. En la imposibilidad de retener las características propias de la adolescencia, nos conformábamos con el comportamiento de alguno de sus protagonistas para dividirla en tres o cuatro categorías.

El nuevo vértice de observación, fruto del arduo trabajo y de las capacidades de un creador a la cabeza de un grupo calificado, renueva todo y nos permite participar en una emocionante aventura de descubrimientos y propuestas. Esto lleva a considerar la adolescencia como un área específica con características, dinámicas y defensas propias que no son relativas a la situación de conflicto de la infancia, tanto como la fase en la cual "se decide buena parte de la vida futura del individuo, a través de la aceptación, o del rechazo, de la integración de la dimensión física con aquella mental".

Si retomamos el discurso iniciado en la primera obra, nos encontramos con la historia del desarrollo en su continuidad y en sus novedades. El caos sensorial del recién nacido corresponde en el adolescente a una niebla sorprendente de estímulos y de dolores mentales que lo impulsan al interior y no le da salida al exterior. Todo es estrés y presión: su cuerpo en continuo cambio; el crecimiento que, angustiosamente, lo obliga a lidiar con el pasar del tiempo; el mundo externo que, ya no puede ignorar más tras las placenteras invenciones y los mágicos "poderes" del pasado; la incertidumbre de sus capacidades; la inquietud con respecto al futuro.
¡Adiós historias y negociaciones! ¡Adiós seguridades de la casa y de la familia! Entre entusiasmo y novedades, dudas y nostálgicas despedidas, un remezón de colosales proporciones amenaza al adolescente. Se debe empezar desde el principio, respeto a todo: sí mismo, los demás, la vida. El colegio ya ha empezado a acabar con ese Edén. Ahora, por lo demás, la naturaleza se siente de manera prepotente y arrogante obligándolo a poner atención a sí misma a partir de sus datos físicos.

Como el recién nacido tenía la tarea de duplicar el peso en menos de 6 meses, bajo sanción de vida, el adolescente tiene la urgencia de formarse, informarse y ponerse a prueba de los hechos, bajo sanción de su calidad de vida. Sobre la urgencia del primero, Freud desarrolló las iluminadas contribuciones sobre la fase oral, sobre el trabajo del segundo ahora nos proponen un mundo de complejidades ilimitadas, pero siendo un pasaje obligado hacia la vida adulta.

Entonces considerando el momento particular de crecimiento que vive el adolescente, desde su punto de vista, todo puede ser utilizado y ser objeto de satisfacción para esta finalidad primaria y esencial. Esto obliga a considerar los criterios de evaluación de las elecciones, contenidos, idiosincrasias, limitaciones e, incluso, síntomas a través del valor experiencial y de defensa que pueden atribuírsele y para su "función" entendida "como razón inconsciente o consciente que (nos) empuja al decir o al hacer".

Originada y profundizada la comprensión de la fase de latencia que, individualizada como periodo de información, sea a nivel consciente como inconsciente, prepara al preadolescente para el inicio de la "experiencia‐conocimiento" de sí mismo y del mundo que lo espera en el futuro inmediato. Los inventos y las explicaciones que eran funcionales a la visión infantil de la realidad externa ahora ya no alcanzan más, ya que la dimensión vertical intrapsíquica del niño ahora está conmocionada por los acontecimientos del cuerpo y del mundo externo que lo obligan a probar sus hipótesis. Esta importante adquisición se ofrece con una doble valencia para el adolescente: si por una parte lo invita a hacer y conocer para enriquecerse con nuevas experiencias, por otra parte lo expone a continuas frustraciones, que lo inducen a recurrir a la manipulación de datos perceptivos para evitarlas.

En esta fase le corresponde al desarrollo físico un trabajo psíquico global que involucra a toda la persona y la realidad externa: la única cosa cierta es la constatación de los cambios que le están sucediendo en el cuerpo, Ferrari afirma que el cuerpo del adolescente "tiene la peculiaridad de "hacerse" y a un tiempo ser, convertirse en objeto de conocimiento...". La delicada tarea de conocimiento, por lo tanto, involucra todo, invitando al joven o a la joven a elaborar sus proyecciones pasadas y a reemplazar gradualmente las fantasías con participaciones concretas o reales en las que se pone a prueba.

En la experiencia de la adolescencia, propone Ferrari, el hacer y el conocer no pueden no coincidir: son las expresiones de una única y compleja operación. Y esto constituye un importante punto de conexiones cargadas de consecuencias ya sea en el ámbito clínico como teórico. Por ejemplo, el concepto de acting, que está netamente diversificado del acting out del paciente adulto, requiere de una reformulación en lo que respecta al comportamiento de los adolescentes.

De hecho, en el trabajo analítico, el hacer adquiere otras valencias o alcances: interacciones comunicativas, posibles repartos y, sobre todo, el nuevo significado y el nuevo valor experiencial‐ cognoscitivo contenido en las acciones.

La elección misma del síntoma nos orienta sobre el conjunto de la situación y describe el punto de partida del sufrimiento, la defensa y los medios para hacer frente a ambos. Eso quiere decir que en la medida en que el síntoma exprime a la angustia y simultáneamente busca contenerla permite establecer un contacto con los propios sentimientos y con las propias capacidades, proponiendo en los hechos una previa respuesta a los tormentosos enigmas sobre quienes son y lo que pueden hacer. Por esta razón es frecuente que en la adolescencia la única forma de hacer frente al cambio sea el síntoma que tiene la función de reasegurarlo respecto a la propia identidad. El volumen que contiene abundantes y diversas situaciones clínicas lo demuestra. Como ejemplo está la doble lectura con que se lee el binomio claustro‐agorafobia que, más allá del aspecto disarmónico o patológico, "está presente normalmente en los adolescentes como un continuo movimiento hacia y desde, cuya función es permitir su crecimiento".

El material clínico cubre el amplio arco que va desde el cuerpo a la mente, interesándose en forma más o menos interdependiente, hasta constituir verdaderos síntomas: vómito, hipertermia, dismenorrea, incomunicabilidad, estados de confusión y delirio hasta anorexia y bulimia, dependencia de tóxicos, crisis psicóticas, e inhibiciones varias que pueden afectar comportamientos, desempeño y crecimiento en general. Por otra parte la concatenación de angustia y defensa nos lleva a habituarnos a las entidades nosológicas complejas, del tipo: anorexia‐bulimia, claustrofobia‐claustrofilia, agorafobia‐agorafilia interdependientes entre ellas y con emparejamientos preferenciales.

El desarrollo adolescente implica, además, la presencia de comportamientos turbulentos y fuertemente disarmónicos, que se refieren a desequilibrios de la calidad y, sobretodo, de la intensidad en la esfera de emociones, de ideas o de comportamiento, que a veces pueden aparecer como verdaderos síntomas. Más aún todas estas manifestaciones son vistas, antes que todo, en el contexto más amplio de la experiencia‐conocimiento y en referencia a la funcionalidad en términos del crecimiento.

Se debe agregar que alrededor de la mediana edad no son extrañas las descompensaciones de los equilibrios precarios relacionados con aspectos de la adolescencia no resueltos en pacientes, por lo demás, en buen funcionamiento y exitosos. El análisis de estos casos requiere un enfoque técnico necesariamente diferenciado en relación al grado de madurez del Yo, recuperando, al mismo tiempo, capacidades, recuerdos y vivencias aún no utilizadas por experiencias de maduración debidas a la prohibición de la organización defensiva.

Otra novedad viene constituida por el fenómeno de la ilusión que, retomado bajo una nueva óptica, destaca como mecanismo de defensa preferencial en la adolescencia con la desilusión como su contraparte obligatoria.

En todas las edades el ser humano tiende a recurrir a trucos para enfrentarse y protegerse del peso de las emociones. Las invenciones, que utilizaba el niño, en el adolescente vienen sustituidas por las ilusiones. A esta edad el joven que aún se asemeja al niño que alguna vez fue, aterrorizado de acercarse al adulto que podrá ser, con esta elección valida los criterios primitivos súper egoístas. Se aprecia como los adolescentes tienden a aferrarse a idealizaciones, certezas y extremismos para evitar la observación de la realidad con los matices y riesgos relativos de nuevas frustraciones.

Ferrari nos habla de la ilusión como "una necesidad psíquica del hombre (que) se presenta como un intento omnisciente y omnipotente que, a través del impulso del placer, intenta controlar, modificar o eliminar hechos, sucesos, sentimientos, etc., sentidos o vividos como limitantes y/o peligrosos". Sin embargo, nos alerta de la peligrosidad de tal comportamiento en el adolescente: el binomio ilusión‐desilusión puede transformarse en un sistema autónomo, capaz de autoalimentarse infinitamente, creando una situación sin salida. Técnicamente se debe operar de modo que la ilusión, en vez de constituirse como sistema, se acerque a la esperanza que está cargada de vida maleable, sin objetivos definidos y abierta a la experiencia.

Existen otras defensas importantes que coexisten o se alternan: "... a las que recurre el adolescente frente a la presunta impotencia de la mente para metabolizar determinados aspectos o situaciones; 1) división que lo aleja drásticamente; 2) el delirio que los hipertrofia" con el riesgo en el caso de la división de llegar a constituirse en una peligrosa agresión al funcionamiento de la mente misma.

De particular interés el capítulo acerca de Anorexia y Bulimia, relaciona angustias agorafóbicas y claustrofóbicas, las que, a su vez, se conectan con todo tipo de angustias existenciales que, a fin de cuentas, llevan al miedo a la muerte o la negación de ella. La relación mente‐cuerpo se configura como terreno principal para estas batallas: como "... un polo físico, el cuerpo, que se modifica, y que es el teatro del conflicto, y aquél psíquico que intenta conducir el juego en forma perversa en estos casos".

Otros temas fundamentales individualizados con gran sensibilidad y desarrollados con agudeza merecen atención particular. Cito algunos: la función del sueño en el adolescente, una importante contribución sobre la identidad de género, la reflexión a propósito de imágenes eidéticas, las observaciones sobre la proto‐depresión en la adolescencia; y también los apuntes sobre el complejo argumento de la dislexia.

Desde todo el libro aparece en primer plano la complejidad del estar en contacto con el mundo adolescente. Los "primeros tímidos indicios de una personalidad en formación" que pueden alcanzar niveles tan intensos de sinceridad y confusionismo, como en la carta de la dieciseisañera, requiere de parte del analista – y de los adultos en general – una enorme sensibilidad y respeto.

Y con ese propósito pienso que sea atingente un comentario acerca de la estructura de este libro, que suscita en el ánimo del lector algunas vivencias que se acercan a la experiencia del tema del cual trata el libro mismo.


Es una experiencia común de los analistas el captar y aprender a sentir lo que el paciente le quiere comunicar, no solo para que lo entienda, sino también para que lo viva en primera persona con parte, al menos, en la angustia emocional que trae consigo el evento. Este fenómeno que tiene un nombre preciso en análisis, constituye un elemento normal de la comunicación interpersonal y conduce la mayor parte del aspecto emotivo del mensaje, con todas las ventajas y desventajas inherentes a la participación emotiva.

Para acercarnos a la labor incesante que realiza el adolescente en cada sentido – orgánico, emotivo, racional – presionado por la naturaleza a través de miles de recursos – hormonales, volitivos, culturales – en una condición, además, de escasa familiaridad y confianza en sus propios medios, deberíamos crearnos una situación que, a pesar de descontar las capacidades y la riqueza de estímulos, deje abierta, con algunos topes, la posibilidad de utilizarla para crear experiencias, las cuales quisiéramos que fuesen lo más conscientes posible: es decir reconocibles y registrables.

Ahora se podría pensar que el autor, fiel a su argumento, en plena sintonía con las vivencias adolescentes y acostumbrado a la comunicación que involucra otra cosa en más sentidos, haya querido dejar el libro, a propósito, con esa estructura compleja y desigual de una experiencia‐ conocimiento que se va realizando, la cual alterna capítulos acerca de argumentos basados en casos clínicos, con capítulos de casos clínicos enriquecidos mediante otros argumentos o de posteriores aclaraciones sobre aquellos ya propuestos, ofreciéndonos la posibilidad de aprender y entender, así como la de acercarnos un poco al sentir y luchar de los adolescentes.

Contribuyendo al fortalecimiento de la fantasía del supuesto propósito del autor encontramos otra impresión, la cual – aunque se encuentra entre líneas – adquiere un valor de modelo, como una nueva forma de entender la situación de transferencia en el análisis. El comportamiento convencido e incasable que apoya generosamente su curiosidad no imite nada; todo requiere detención, no existe nada que no sea digno de otra mirada o de una comprensión posterior. Un comportamiento de esta forma, de parte del analista, deseable hacia pacientes de todas las edades, se torna fundamental con el adolescente, considerando algunas de sus peculiares tendencias a: el pudor, la susceptibilidad, la suspicacia, y los peligros de aislarse con sus ilusiones.

El problema técnico es arduo y constante, teniendo en cuenta que el adolescente vive más situaciones contemporáneamente, de un lado y del otro. Por ejemplo, si por una parte el crecimiento lo impulsa a hacer, desde otra la angustia lo empuja a evitar el actuar. Este problema se refleja en sus relaciones, poniendo al analista constantemente en el dilema de qué hacer, pues, para una misma situación, su hablar puede ser percibido como una interferencia y su silencio como indiferencia.

Pero el libro contiene muchos ejemplos con sus soluciones respectivas y con razonamientos oportunos, entre los que tiene un particular interés la constitución gradual de la creación y el establecimiento de la relación analítica. Todo esto es ampliamente demostrado por los artículos sobre trabajo clínico, presentados por algunos componentes del grupo, donde la variedad de ópticas, la originalidad y la creatividad en el modelamiento de la relación con el paciente estimulan curiosidad e interés.
Con su larga experiencia en trabajo clínico y didáctico, y con sus comprobadas capacidades de reflexión y búsqueda, Armando Ferrari tiene toda la autoridad necesaria para proponer innovaciones y nuevas consideraciones técnicas. Estas constituyen un conjunto de comportamientos y respuestas a situaciones concretas que siguen el curso de los estados mentales y de las temperaturas emocionales, atentos a alivianar los pesos y favorecer la apertura de espacios de experiencia y pensamiento.


1 Presentación publicada originalmente en "Adolescenza la seconda sfida: considerazioni psicoanalitiche" por Armando B. Ferrari. Roma: Borla, 1994. Pp:9‐15.
* Traducido por Angela Ravizza C.

 



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