La Organización Mundial de la Salud reconoce que "el género determina de manera fundamental la salud mental y las enfermedades psiquiátricas".
Recuerdo que en mi formación médica, la semiología clínica no contemplaba prácticamente los matices de género en las manifestaciones de las enfermedades, lo mismo ocurre con los criterios clínicos y diagnósticos en la psicopatología de la salud mental de las personas. Durante mi formación como psiquiatra fueron los psicoanalistas los primeros a quienes escuché hacer mención a lo femenino y masculino que integran la mente de un ser humano. Hoy sabemos que en las patologías hay determinantes específicos para cada género y que su conocimiento permite generar mecanismos para promover y proteger la salud mental de las personas.Debido a un aspecto histórico-cultural, las mujeres siempre han corrido mayor riesgo de sufrir patologías psiquiátricas. Si nos ponemos a investigar causas, encontramos, por un lado, que la cultura Machista Patriarcal, que atraviesa a casi toda la humanidad, ha subestimado históricamente a la mujer en su calidad de ser humano inteligente. Determinó (y aun lo hace) una relación asimétrica, generadora de una dependencia enfermiza que, como cualquier dependencia patológica, predispone a una fragilidad psíquica y emocional que luego puede devenir en trastorno mentales.
Por otro lado, se tiende a reducir a la mujer en su dimensión erótico sensual a objeto sexual. Esta escisión de la sexualidad femenina determina una tensión respecto de la mujer de carácter amenazante, motivo por el cual se generan dos fenómenos negativos: el celo patológico y la degradación de la mujer como objeto erótico. En tal
sentido y más allá de la evolución cultural tras la emergencia del feminismo y su correlación con el advenimiento de los derechos de la mujer y la disolución parcial del tabú de la virginidad, lo cierto es que en algunos países del mundo, la postmodernidad y sus efectos nocivos de individualismo materialista y la exaltación de la imagen, agudizaron el fenómeno de reducción de la mujer a objeto sexual como pocas veces se ha observado en la historia.
En la cultura Machista Patriarcal los sentimientos de culpa operan como reguladores y controladores de las mujeres. Sin embargo, se ha observado una culpa primaria que opera como elemento que reprime el descuido y abandono de los hijos. En tal sentido, esa culpa que estaría en la dimensión de lo natural se puede tornar un factor de vulnerabilidad que predisponen a desarrollar trastornos psicofísicos.
Cuando las condiciones socio económicas adquieren características críticas, como en la actualidad, las mujeres quedan expuestas a situaciones que en la pobreza extrema se pone en riesgo la vida misma de ellas y sus hijos. Entre las patologías más frecuentes encontramos: trastornos depresivos, trastornos de la ansiedad y angustia, trastornos de la alimentación, trastornos de la personalidad, adicciones y algunas formas de psicosis. Todas las anteriores tienen con mucha frecuencia un denominador común como síntoma: el suicidio como última manifestación de la enfermedad.
Desde hace aproximadamente 20 años se observa un incremento cuali- cuantitativo de la inestabilidad en los compromisos y responsabilidades de las parejas matrimoniales generando una devastación de las familias. El repudio de la función paterna (renunciamiento a las responsabilidades del hombre respecto de sus acciones después de haber
engendrado un hijo) y su efecto en la condición de hombre del varón resultan en violencia psíquica y física llegando al femicidio y abandono de las mujeres con sus hijos quienes quedan desprotegidos y a la deriva.
Como en general se trata de abandonos que se producen cuando las mujeres son aún jóvenes, quedan desorientadas y desesperadas respecto del futuro propio y de sus hijos, dando lugar a la constitución de nuevas parejas inestables con las cuales repiten el ciclo que concluye en una nueva separación y desilusión, muchas veces con nuevos hijos que
agregan más estrés y desesperación. Esta circunstancia deteriora la función materna con consecuencias traumáticas en los hijos. Ante contextos de esas características los niños y niñas no pueden desarrollar adecuadamente su proceso madurativo psíquico, físico y afectivo comprometiendo seriamente la constitución de sus identidades e ideales
quedando expuestos a desarrollar trastornos mentales de la personalidad con predominio de la impulsividad, agresividad y fallas atencionales y del aprendizaje, quedando expuestos a situaciones de violencia y maltrato (de toda índole) por parte de los adultos.
Ante este panorama nos preguntamos ¿existe alguna solución? Si bien se están realizando esfuerzos desde hace años, pienso que son fragmentados e insuficientes. Donde más se ha avanzado es en la legislación que protege los
derechos de las mujeres y los menores. Lamentablemente la realidad y la negación y resistencia a aceptar el
problema sobrepasa las buenas intenciones legales. Los juzgados de familia son pocos y quedan abarrotados de causas y atravesados por una burocracia kafkiana y no cuentan con un estado que atienda adecuadamente e invierta recursos financieros y humanos para abordar las situaciones que se cronifican y producen deterioro y desesperanza. De todas formas, aunque escasos y fragmentados, en los últimos años se han desarrollado muchas iniciativas para abordar estos problemas, especialmente por parte de gobiernos y ONG´s.
Considero que si no se produce un cambio del paradigma cultural que permita integrar las cualidades singulares en la diferencia de género, todo esfuerzo quedará reducido a resolver estas problemáticas de manera parcial y aislada a pocos casos. En tal sentido, creo que generar foros de discusión y concientización de los fenómenos con una activa promoción de las mismas por parte de los medios de comunicación puede ser de gran utilidad para generar
conciencia en la población adulta, particularmente en los dirigentes políticos y sociales.
Siguiendo en la misma línea, se debería incorporar en la educación de los menores programas donde se promueva la conciencia y comprensión de la diferencia de géneros, promoviendo un círculo virtuoso que permitirá integrar naturalmente esta conciencia en el final de la adolescencia sin descuidar la detección precoz de trastornos mentales
en la infancia y adolescencia en escuelas, colegios y clubes sociales y deportivos.
Finalmente, es fundamental la aceptación por parte de la salud pública de la magnitud e importancia que tiene la salud mental colectiva, el reconocimiento de la incidencia y prevalencia epidemiológica que tienen los trastornos mentales y la elaboración y desarrollo de acciones y dispositivos para asistir adecuadamente a la población.
Por el Dr. José Lumerman, Director del Instituto Austral de Salud Mental de Neuquén. Fellow de Ashoka. Integrante del equipo de RedeAméricas.
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